El frío invierno islandés envolvía la pequeña y tranquila ciudad de Höfn. Sigurd, un hombre mayor y viudo, vivía solo en su casa junto al mar. Había sido detective en su juventud, pero ahora pasaba sus días bebiendo café y fumando en su viejo sillón, observando el ir y venir de sus vecinos a través de la ventana.
Un día, la noticia de la muerte de una vecina llegó a sus oídos. La mujer había sido encontrada muerta en su casa, sin signos de violencia ni indicios de la causa de su fallecimiento. Aunque Sigurd había dejado atrás su vida como detective, no pudo evitar sentir curiosidad por el caso.
Poco después, otro vecino murió en circunstancias similares. La comunidad comenzó a preocuparse, y los rumores de un asesino en serie se extendieron como un reguero de pólvora. Sigurd, incapaz de quedarse de brazos cruzados mientras sus vecinos morían, decidió poner en marcha sus habilidades como detective.
A medida que investigaba las muertes, Sigurd descubrió que, aunque no había señales de violencia en las víctimas, todas compartían un extraño síntoma: sus cuerpos presentaban una rara marca en la piel, casi imperceptible. Sigurd sospechó que podría tratarse de un veneno desconocido.
Sigurd también notó un patrón en las muertes: todas las víctimas eran personas que habían llegado a la ciudad en los últimos años y que, de alguna manera, habían cambiado la dinámica del vecindario. Intrigado, Sigurd comenzó a indagar en las vidas de los fallecidos y a buscar conexiones entre ellos.
Sus pesquisas lo llevaron a descubrir que todos los difuntos habían sido testigos de un terrible accidente ocurrido años atrás, en el que un niño había muerto ahogado en las aguas heladas del fiordo. La tragedia había dejado una profunda cicatriz en la comunidad, pero con el tiempo, la gente había aprendido a vivir con el dolor.
Sigurd comenzó a sospechar que el asesino en serie buscaba venganza por la muerte del niño. Decidió entrevistar a las familias de las víctimas y a otros testigos del accidente para tratar de encontrar pistas sobre el asesino.
Una noche, mientras tomaba un café en su casa, Sigurd recordó un detalle que había pasado por alto: un hombre que siempre estaba cerca de las víctimas antes de su muerte. Sigurd se dio cuenta de que el asesino estaba más cerca de lo que pensaba.
Armado con su intuición y su experiencia como detective, Sigurd confrontó al asesino, quien resultó ser un antiguo amigo de la familia del niño ahogado. Consumido por la ira y el deseo de justicia, el hombre había decidido castigar a aquellos que, a su parecer, habían sido responsables de la tragedia.
Sigurd logró detener al asesino antes de que pudiera matar a su próxima víctima, y la ciudad de Höfn volvió a la calma. Aunque el caso había sido resuelto, Sigurd no pudo evitar sentir una profunda tristeza por las vidas perdidas y por la amargura que había llevado a su antiguo amigo a convertirse en un asesino