Una noche Victoria caminaba por la calle Real, pensando en cosas del amor, su mente divagaba, evitando llenarse del miedo que invade la oscuridad y el silencio de la ciudad. Apresura el paso, al escuchar que alguien se va acercando…., con manos temblorosas saca las llaves, y un ruido tintineante se escucha al caer al suelo, las coge rápidamente y con terror, la mete en la cerradura, donde un segundo más tarde respira aliviada.
Victoria percibía el tiempo de forma distorsionada, como consecuencia del desfase entre su velocidad mental y la duración real del presente. Se preguntaba quien le seguía todas las noches, pero el cansancio pudo con el resto.
A la mañana siguiente, comprobó que el revolver estaba en su mano, apuntando a la puerta, pero sin saber por qué. Medio dormida, con el cerebro nebuloso, miró como pudo por la habitación, pero estaba despejado, ¿qué ocurría?.
A veces, se preguntaba si merecía la pena arriesgar, pero la vida son tirones y negar las experiencias es poner una mentira en su propia vida, lo malo también forma parte de ella y se acepta, si hay tiempo suficiente para superarlo. Pero, cuántas veces con lágrimas en los ojos pensaba abandonar, entregar su arma,…, y esos instantes son los que le hacía recordar a su hija y seguir batallando por un mundo mejor.