‘-La vida te da sorpresas sooorpresas te da la vida……
Canturrear Pedro Navaja antes de entrar en acción me metía en ambiente, sin embargo, aquella noche prefería alejarme de esos versos, no por nada, sino por un pequeñísimo detalle sin importancia: voy a ser papá.
Y esa bomba atómica me había mostrado dos cosas: que tenía miedo y el mucho miedo que tenía.
Así que mejor que no hubiera sorpresas y todo fuera como debía: observar, fotografiar y a casa.
-Usa un sombrero de ala ancha de medio lao…
La vida real es menos glamurosa, confirma mi reflejo en un coche de la solitaria acera en la que me encuentro: vaqueros raídos, sudadera y gorra bien ajustada.
Un fogonazo provocado por los faros de un coche al girar la esquina me puso en preaviso, mientras se acercaba, pude escudriñar la foto perfecta: un tanque más parecido a un Range Rover, una rubia despampanante de copiloto y un trajeado hombre de negocios sonriente.
La perfecta foto para cerrar otro sencillo caso de cuernos.
La perfecta foto, si no fuera por mi cámara antigua y una farola parpadeante, grandes aliados para fastidiarme el robado. La imperceptible sensación de volverme peor en esto desde que voy a ser padre crece. Crece y me inquieta.
-Mira pa un lado, mira pa’l otro y no ve a nadie……
Manos a la obra, alarma desactivada entre lo que parecen risas falsas y comentarios subidos de tono, el perfecto colchón acústico para dejarme saltar el muro del chalet.
Aterrizo en el jardín con vistas al magnífico porche de amplio ventanal, vagamente iluminado por las luces de la piscina.
“Click” resuena mi cámara.
Él, bien visible, ella, bien operada. No necesito más. Salto de nuevo mientras observo de reojo el manoseo y las risas furtivas, la cosa va rápido entre esos dos.
El ladrido de un perro a lo lejos me pone en alerta tras pisar la acera de vuelta a la calle solitaria. El sabueso parece amenazar verbalmente a lo que parecía un hombre sorprendido por la reprimenda que no tardó en acelerar y perderse de vista tras el encontronazo, ¿Me estaba observando?.
De vuelta a mi bar de confianza, sentado en la barra, cerveza y mezcal me acompañan triunfantes.
“Tengo que cambiar de trabajo” me digo tras disfrutar de un largo trago.
Lo que sí ha cambiado es la expresión del camarero, ahora desencajada, eso y que mis bebidas ahora tienen un rojizo que antes no me había percatado.
Voy levantando la mirada lentamente ,en el espejo detrás de la barra, mi cara de asombro entre restos de piel y carne incrustadas me saludan. “Menudo estarcido” pienso para mis adentros.
Adentros algo más livianos, pues un agujero en el pecho deja ver al hombre que molestó al perro ahora molestándome a mí con un calibre 43 todavía humeante.
Mis últimos segundos de conciencia viajan junto a la cuna a medio montar de nombre impronunciable con una sintonía de fondo.
-Sooorpresas te da la vida…