SPAGHETTIS DE SANGRE A LA PUTANESCA
Jose Bayod Gotor | LORDBYRON

Marco, con la servilleta colgada del último botón de la camisa, engullía sus espaguetis favoritos a la puttanesca que servían en LAMUCCA. En nada se diferenciaban de los que hacía su madre Marianella en la vieja casa de Palermo. Estaba tan ensimismado y complacido con el manjar culinario que ni siquiera se fijó en como Rocío, la camarera de curvas imposibles y largas piernas, se escondía tras una vitrina antes de que se apagara la luz. Sonó un grito de mujer, tres disparos y se hizo el silencio. Al volver a darse la luz , la cara de Marco yacía sobre la salsa puttanesca que se mezclaba con la sangre que brotaba de su rostro herido por una de las balas disparadas a quemarropa.
Hacía dos semanas que Marco había llegado desde Sicilia para solventar ciertos asuntos relacionados con un cargamento de cocaína desaparecido en el transporte desde África. Su jefe Don Benito Coladonato no estaba nada satisfecho y buscaba culpables. Marco, su esbirro personal, estaba muy cerca de descubrir que el granadino Rómulo Torcal era quién había desviado el cargamento y lo estaba repartiendo entre su propia gente a las espaldas de D. Benito.
Rocío la preciosa camarera de Lamucca de ojos grandes y azules, melena rojiza, ampulosos pechos y caderas de infarto, se había cruzado en el camino de Marco la noche anterior en el Ángel Azul. Entre copas de bourbon le había pedido que fuera a comer al día siguiente a su restaurante con la promesa de disfrutar en privado de un sabroso postre tras la suculenta comida. Rocío se empleó a fondo para seducir a Marco con miradas cargadas de deseo y roces en la piel. Marco borracho de lujuria no podía resistir a la tentación de saborear aquel cuerpo tallado para el pecado y aceptó sin dudar acudir al día siguiente al restaurante.
Dos días antes de que Marco acabara sobre el plato de spaghetti y como cada jueves, Rómulo pasó a recoger a Rocío con su jaguar F-type a la salida del restaurante. La llevo a cenar y luego a bailar. Tomaron bourbon y se metieron unas rayas mientras la música sonaba y enajenaba sus jóvenes mentes. Luego la condujo a una suite en el mejor hotel de la ciudad donde continuaron esnifando polvo blanco y bebiendo bourbon. Ella bailó para él y se desnudo despacio antes de que la pasión los condujera desbordados hasta el gran lecho donde él recorrió cada recoveco de su cuerpo hasta hacerla llegar al éxtasis absoluto.
– Rómulo: Quiero que me hagas un favorcito – susurró al oído de Rocía todavía jadeante por el placer recibido.
– Rocío: Lo que tu me pidas mi amor – le besó los labios y repitieron el acto hasta sublimar sus instintos más poderosos y básicos. Tras varias horas de placer, rendidos y dichosos les encontró entre sueños la madrugada.