Stevenson
Pablo Perales Amador | BORAGO

Me he acabado el último Stevenson y aún no ha sonado el teléfono. ¿Desde cuándo fumo tanto? Lo sé. Sé el momento exacto. Una asquerosa mañana de otoño, hace dos años, cuando apareció la primera víctima carbonizada con una colilla Stevenson en el vientre. Firma del asesino. La misma marca de cigarrillos que fuman del contrabando los camellos edimburgueses y un servidor. Por un lado, no creo que hayan sido tan imbéciles los camorreros yonkis pelirrojos de prender fuego a un adolescente y dejar una colilla ilegal como firma. No…,algo se me escapa…Además, esta firma es un señal, una llamada de atención, un gesto transcendental, una obra de arte… Mierda, no sé cuánto llevo sin dormir…Apenas tenemos una pista y yo conjeturando lo que le empuja al asesino a actuar…

– ¿..me estás escuchando, Alberto?
– Perdona Ricardo, ¿ qué decías? – Por un momento me había olvidado que estaba en la comisaría.
– Estamos poniendo todos los del departamento algo de dinero para hacer un regalo a Carmela, ya sabes que…

“Sal de la sombra, malnacido, llevas dos meses sin matar a nadie.”

-…le hagamos un detalle para que nos recuerde.
– Claro, espera un momento, a ver…-Meto la mano en el cajón mientras pienso en lo poco que me importan Carmela y Ricardo. En realidad, creo que apenas nadie me importa algo. -¡Joder!
– ¿Qué pasa?
– Nada, nada…, ¿te va bien… veinte euros?
– Más que de sobra. Bueno, voy a seguir…

No puede ser. Dentro del cajón, en el archivo abierto del caso, encima de la foto de la última víctima, en la parte del vientre, un Stevenson recrea de forma macabra la firma del asesino. Lo más seguro es que ayer de madrugada, revisando el caso y después de unos cuantos tragos, algún cigarrillo se me cayera del cenicero y, de forma sorprendente, acabara allí. Sobre la undécima víctima. Y el teléfono sin sonar. Ningún testigo, ningún mensaje del asesino. Ninguna pista. Nada. Sólo papeleo y casos banales. Como Ricardo, como Carmela. Como toda esta repulsiva comisaría. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué pongo dinero para Carmela si me importa una mierda? Necesito un Stevenson. Suena el teléfono y, por un instante, su sonido es como humo para mis pulmones.

– Aquí Sonia, tenemos a un nuevo joven carbonizado. En el río Huerva, debajo del puente de Los Gitanos.
– ¡Voy!

Una nueva víctima. Otra muerte. Y yo más vivo que nunca. ¿Es malo este sentimiento? No. Claro que no. Y menos en esta repugnante mañana de otoño. ¿Las llaves del coche? Ah, sí, en el cajón: el archivo abierto, la foto pero, y ¿la colilla? ¡Ha desaparecido! Pero, ¿cómo? “Deja de obsesionarte con el caso, la cabeza te empieza a jugar malas pasadas.” Estupefacto, cojo las llaves y pienso por enésima vez, por lo menos, quién diablos será el asesino. Noto que esta cerca. Lo huelo. ¡Voy a por ti! Pero no antes sin ver a los putos pelirrojos. Necesito un Stevenson.