Suave aleteo de mariposa
Margarita Barreiro Juárez | Elul

──Hay gente a la que no le pega nada morirse.
── ¿Como dice inspector?
──Pues que hay gente que parece haber nacido para morir y otros no, es así. Ya lo irás viendo, pipiolo──masculló entre dientes el inspector Lamotte sin apartar la vista de la barra de carmín destapada que el cadáver de Katia Meyer tenía en la mano derecha.
El ayudante Martínez no quiso saber a qué grupo pertenecía Katia. Contuvo un bufido y optó por guardar silencio mientras el inspector le daba la espalda para tomar fotos de la escena del crimen desde otro ángulo del camerino.
La cantante había sido asesinada cuando estaba a punto de salir a escena. Yacía en el suelo con la melena rubia ondulada esparcida sobre un charco de sangre. La bala había entrado por la frente y ni siquiera aquel orificio conseguía romper la armonía de sus facciones sensuales. Llevaba un corpiño negro, medias de rejilla, los labios pintados de rojo jugoso y una mirada estupefacta abría de forma desmedida sus ojos azules. Martínez observó que le faltaban las pestañas postizas en el izquierdo. Sacó una foto y luego se reunió con su jefe para examinar el escenario del local donde cada noche la exuberante Katia Meyer salía a deleitar los sentidos del público de moral diferente que ahí se reunía al caer la noche, vaso de whisky en mano para debatir de negocios turbios e inconfesables andaduras.
El inspector Lamotte se mantuvo absorto unos segundos contemplando las sillas vacías, la barra de madera y la moqueta mugrienta que conformaban el sello del Gallo Rojo, el antro húmedo y oscuro donde nada es lo que parece ni nadie es lo que aparenta.
──Katia enloquecía al público en cada actuación, lanzaba besos al aire y movía las pestañas con coquetería, como un suave aleteo de mariposa. Era una mujer preciosa, pero sabía demasiadas cosas, Martínez, demasiadas… Encontrar a su asesino será como buscar una aguja en un pajar.
── ¿La conocía, inspector?
── ¿Quién no conocía a Katia? Llevo muchas investigaciones a mis espaldas, pipiolo──contestó Lamotte con la voz quebrada por una tos bronca que lo dejaba sin resuello. Hurgó en el bolsillo de su gabardina mal abrochada, sacó un pitillo y aspiró el humo hasta el fondo de sus pulmones maltrechos.
De repente una llamada para el inspector interrumpió la conversación. Habían detenido a un sospechoso, el Charli, un cliente habitual del Gallo Rojo. El móvil del crimen parecía claro: Katia había sido testigo de unos hechos que nunca debió presenciar.
El inspector y su ayudante abandonaron el local ya entrada la noche y un frío penetrante les atravesó las sienes. Lamotte sacó una bufanda raída del bolsillo y Martínez observó petrificado como una pequeña media luna negra se desprendía con ligereza del tejido y comenzaba a dar vueltas por el aire. Martínez trató en vano de alcanzarla; solo pudo ver impotente como una ráfaga de viento se la llevaba muy lejos, volando fugaz como un suave aleteo de mariposa.