SUCULENTO AMOR
Scarlet Shirley Sánchez Contreras | Scarlet Shirley

—El segundo después de la muerte viene con un silencio perturbador. Lo mismo que pasa cuando terminas un capítulo de una novela. Es un segundo eterno. —Dijo el hombre erguido y con las piernas cruzadas. —Te consumen las ansias por saber qué sigue después.

—Pero, y… ¿Qué pasa antes? —preguntó y confirmó que la grabadora estaba encendida.

—¿Antes de qué? ¿De qué muera? — Suspiró tal cual lo hace quien recuerda con alivio y al liberar las piernas, apoyó los brazos en las rodillas. —Antes de que ocurra ese deleznable silencio, todo es felicidad.

Horacio se paró de la silla de metal, se abotonó su chaqueta de tweed y caminó hacia la única ventana.

—¿Me permiten fumar?

—No.

—Es una pena, quería rememorar la tibieza de los labios de Renee.

—Horacio, ¿qué pasa antes de la muerte?

Los ojos del oficial se clavaron en el hombre que permanecía de espaldas con los ojos fijos en el resplandor de la mañana.

—En junio el clima es delicioso en París—Dijo al fin.

—¿Por qué mataste a Renee Van Der Linder?

—Son lindas las alemanas, ¿no? son altas, esbeltas, llenas de luz, perfectas criaturas. Diría que son ninfas. Es difícil resistirse.

El oficial se paró de la silla, remangó su camisa y sacó dos cigarros del bolsillo del pantalón.

—Horacio, — el oficial le extendió un cigarro y abrió la ventana, —no te vi antes esa cicatriz en la frente— Se puso a su lado y encendió los cigarros.

—Sí, cuando era pequeño… bueno, siempre lo he sido—exhaló el humo del cigarrillo— cuando era un niño, era el hazmerreír del colegio, me llamaron enano, chihuahua y cuantas necedades se les ocurren a los demonios esos. Un día me persiguieron y tropecé, me caí y se me hizo una herida en la frente. —fumó y exhaló— recuerdo cuando vi a ese pequeño ángel venir — sacudió el cigarro — era Inka, una chica de intercambio. Me limpió la herida de forma dulce con su pañuelo blanco y me dijo que no tuviera miedo, que me cuidaría.

Horacio guardó silencio.

—¿Y qué paso con esta Inka? ¿La mataste y te la comiste también?

—Eso, dicho de esa forma, suena muy feo Ramírez —Horacio no lo miró, terminó de fumar y arrojó la colilla.

—Soy un artista Ramírez—dijo Horacio y se dirigió a la silla— pinté a Inka todo el año, la imaginé con su vestido amarillo de margaritas, luego se fue a Berlín y no supe más de ella— es un clima propicio para muchas margaritas, de seguro hay en el césped si me inclino a ver. Resisten la siega y son muy fuertes. — Intentó ver hacia abajo, pero no pudo.

—Horacio, ¿Qué pasa antes de la muerte?, ese silencio al que te referías—preguntó el oficial.

—Renee, mi esbelta y preciosa Renee, olía como a nardos su cuello o quizás fue el romero con el que la repasé desnuda y muerta. En ese momento después de la muerte, ya sabes que hacer.