“Nunca se vuelve. El lugar al que se vuelve es siempre otro.” Fernando Pessoa
Hace tiempo que ya estoy jubilado de la policía. Han sido muchos años al servicio de la ley, o al menos intentando que la misma sea cumplida de la mejor manera posible, si es que esto es posible o aconsejable. Ahora, con todo el tiempo del mundo y volviendo la vista atrás, de los muchos casos que dejé sin resolver solo hay uno que me quita el sueño, o mejor dicho, con el que sueño ocasionalmente.
Si no recuerdo mal, fue a finales de los ochenta y hacía frío en Madrid. No llevaba más de cinco años como detective del departamento de homicidios y hasta el caso de la calle Santa Lucía habíamos conseguido resolver todos los casos que nos habían sido asignados.
Burrows era mi compañero desde que entré en homicidios. Me había enseñado los entresijos y sinsabores de la profesión. Como entenderán le tenía en la más alta estima, por lo que me dejó devastado lo que le sucedió tras el fatídico caso del que les hablo.
La mañana que nos asignaron el caso, un caso más a priori, no podríamos imaginar como iba a cambiarnos la vida a ambos para siempre. Nos tocó la lotería de la desdicha y nosotros sin saber que teníamos los boletos ganadores.
Llegamos a la escena del crimen con poca información sobre lo que allí nos encontraríamos pero dispuestos a recopilar las pruebas necesarias para resolverlo. Era el último piso del número tres de la calle Santa Lucía y mientras subíamos las escaleras rodeados por los murmullos de angustia de los vecinos que se agolpaban en la escalera nos mirábamos cómplices con algo de superioridad, como aquellos alumnos que ya saben lo que se les preguntará en el examen por haberlo robado antes. Imagínense ahora las caras, y miradas, de esos mismos alumnos al dar la vuelta al ansiado examen y comprobar que ninguna de las preguntas son las que esperaban. Bien, esas eran nuestras caras al bajar dos horas más tarde por la misma escalera mientras en la casa de un vecino sonaba la 1ère Gymnopédie de Erik Satie.
No fue hasta finales de los noventa que el caso se consideró cerrado y no resuelto, tras muchos años de ardua investigación por nuestra parte. Horas y más horas, le habíamos entregado al caso. Repasando incansablemente las pruebas, los indicios, las entrevistas a testigos, presentando todo esto a colegas por toda España para ver si algo nos había pasado desadvertido, y nada, no había manera. Fueron varios años sumidos en un laberinto, del que no podíamos salir, pues tal vez nunca llegamos a entrar pese a sentirnos dentro.
Burrows, el pobre, perdió la cabeza pues nunca pudo desligarse del caso. Semanalmente le visito en el centro donde vive. No sé si me recuerda, o recuerda el caso, pero solo me mira, y muy serio dice: Suena la 1ère Gymnopédie. Y yo lloro.