SUGERENCIAS
MAR LOPEZ SANCHEZ | MAR

Nunca hizo caso a nadie. Vivía la vida a su manera, sin interferencias de nadie y mucho menos las mías. Nuestra convivencia había estado marcada por mis sugerencias y sus rechazos. ¡Que a mí me gustaba ir a la playa, a él a la montaña! Si yo hacía algún comentario sobre lo bien que me sentía cuando llegaba el verano, él no tardaba en asegurar que era feliz en un iglú del polo norte. Sus argumentos siempre eran expeditivos, sin importarle que a mí sus aseveraciones me molestaran y mucho.
Al cabo de los años, me di cuenta de su carácter intratable, pero a esas alturas, ya estaba atrapada en su doloroso juego. Nuestra vida en común se fue convirtiendo en un auténtico campo de minas. Por mi parte, todos los días procuraba hacerle dos o tres sugerencias, para tratar de mejorar su agrio carácter, a pesar de saber que mis consejos, le molestaban de forma alarmante.
En estas estábamos cuando un lunes sin venir a cuento me comunicó que el siguiente domingo nos íbamos a pasar el día al pantano de Jureque. Me extrañó, porque llevábamos unas cuantas décadas sin hacer nada juntos, pero oye siempre hay tiempo para cambiar.
El día amaneció soleado, sereno, acorde con mi espíritu. La carretera serpenteaba entre los retorcidos viñedos y una leve música salía por el altavoz. Fue en este ambiente tan relajado cuando su voz me agredió. ¿Qué me gritaba? ¿Qué esto se había terminado? Seguro que había elegido el kilómetro exacto para decírmelo porque en unos segundos llegamos al embarcadero.
Sin mirarme a los ojos y sin añadir una palabra más, se dirigió con paso firme a alquilar una de las barcas que estaban amarradas al pie de un merendero.
—¿Vienes? —me dijo con desgana.
Caminé hacia él, sin creerme todavía lo que me había dicho. Cuando ya tenía casi un pie dentro de la embarcación, vi que al fondo se apreciaba un charquito de agua. No soy ninguna experta, pero aquello no me dio buena espina. Así que, negando con la cabeza, retrocedí hasta alcanzar la pasarela de madera.
Se encogió de hombros y se marchó.
—Vale, espérame aquí. Vete pensando en lo que he dicho —me dijo antes.
No se si fue por costumbre, pero no pude dejar de decirle:
—¿Sabes manejar eso? Recuerda que no aprendiste a nadar.
Pero, como ya habréis podido adivinar, mi sugerencia cayó en saco roto, obteniendo solo una mirada altiva mientras cogía los remos. Así que con tranquilidad le vi desaparecer tras un meandro.
A las dos horas di la voz de alarma. Tardaron unos días en encontrar su cuerpo. Un accidente, según me confirmó la guardia civil. La barca había empezado a hacer agua y el pobre nervioso, en vez de volver a tierra, se adentró en las calmadas y sinuosas aguas del pantano. Han transcurrido unos meses desde entonces, y todavía lloro su ausencia. Ante mí se han abierto inesperadas oportunidades y no sé qué camino tomar, ¿alguien tiene alguna sugerencia?