El tipo larguirucho y amojamado del gabán de paño y el estrambótico gorro con solapas abotonadas llevaba casi dos horas sin decir palabra. Se limitaba a soltar espesas bocanadas de su pipa de madera y mirarlo todo con ojos de lechuza, impasible en el centro de la estancia. Los otros hombres, equipados con mono gris con su apellido impreso sobre el pectoral derecho, iban y venían, dirigiendo nerviosas miradas por la sala. Ocasionalmente, uno encaraba al hombre largo y le decía algo así como “entonces, ¿no vas a ayudarnos?” o “¿es que no sabes hablar?”
• Está bien, os diré lo que queréis saber; -dijo de repente- escuchad sin interrumpirme.
• Pero si no nos has dejado preguntarte todavía lo que queremos…
• ¡Sin interrumpirme!
Nadie se atrevió a decir nada más y el larguirucho comenzó:
• Ese arcón de ahí en medio contiene algo valioso, porque siempre hay al menos dos de vosotros cerca, sin perder contacto visual. También debe ser muy frágil o letal, por la precaución con que lo habéis depositado, saltando a la vista otros embalajes amontonados de cualquier manera -dicho esto último, hizo un rápido ademán de ir a levantar la tapa, abandonando el intento al comprobar la reacción impulsiva de todos- y acabáis de propalar con vuestro temeroso reflejo su carácter peligroso sin necesidad de abrirlo; un arma, con seguridad.
• Joder, pues va a resultar que sí es bueno el tío.
• Pero lo que queréis saber es quién de vosotros es el suplantador, interrogante que se infiere del otro cajón idéntico volcado vacío en aquella esquina: alguien ha robado otra arma que contenía. Si algo miráis todos con mayor pavor que el arcón, es a todos los demás. Todos, menos Cartman, que no ha quitado ojo del vertedero, -mientras hablaba, se había ido colocando, con movimiento imperceptible, entre dicho vertedero y el sospechoso, culminando la maniobra con una zancadilla que acabó estrellando contra el suelo a Cartman, quien se había precipitado hacia allí nada más escuchar su nombre- donde claramente no habréis rebuscado.
Mientras inmovilizaban al traidor, comentaban: “joder, lo ha descubierto todo, sin haberle explicado nada, y en menos de dos horas”.
• En realidad, -corrigió él- ni media hora; el resto del tiempo, no he parado de darle vueltas a la primera incógnita en toda mi vida que no resolveré por mí mismo, y me rindo: por mucho que mi raciocinio me diga que es imposible, la lógica clama que es obvio que no estamos en 1891. Así que, debí morir y vosotros sabéis cómo traer a alguien de vuelta de la muerte o bien…
• Pues vuelves a acertar. Verás, esto es un carguero interplanetario del siglo XXIX. Tenemos la tecnología para insertar nuestra conciencia y conocimientos en cuerpos sintéticos para viajar; como trasladar tu ser a un maniquí vivo; y en tu caso……
• No sigas, no quiero saberlo. Si fui un ser de carne y hueso con alma y sentimiento o si me habéis inventado vosotros mismos, como inventa a un detective un novelista, la respuesta es la segunda: …o bien nunca he existido.