Primero fue la nieve, después los cuervos; pero no fue eso lo que más impresionó al hombre que caminaba por los bordes de la carretera que se adentraba en la montaña situada al norte de la ciudad. Fue el silencio. Ese silencio que lo cubría todo, que lo sofocaba todo, ese silencio que hacía imposible emitir cualquier sonido, puede que lo peor fuese que solo notaba paz, tranquilidad y serenidad dentro de sí. Siempre se había considerado una persona sensible, puede que fuera ese el motivo que le llevó a abandonar la sección homicidios. Sin embargo, esa noche, esa sensibilidad había desaparecido, no notaba nada mientras se acercaba a los cuerpos que se encontraban tirados al lado de la carretera, difíciles de ver sin duda, la nieve los cubría casi por completo, pero el olor, ese olor era imposible de ignorar. No era una peste a putrefacción, era más bien un olor parecido al de una colonia, eso es lo que percibía él. Él y esa chica que le había asegurado que entrar en esa casa mejoraría su vida. Pero lo único que hizo, fue empeorarla o ¿tal vez no? No era capaz de entenderlo, por un lado le gustaba esa sensación, la de arrebatar la vida a otro ser humano. El problema era que los demás no podían entender, excepto la chica, la cual solo vio una vez y no recordaba su rostro, solo su pelo, largo y rubio moviéndose de forma ágil y rápida por el bosque.
Dos días antes el hombre de pelo oscuro y ojos color café se encontraba hablando con un ex compañero en un bar:
–¿Sabéis quién puede ser?
–No, parece obra de un animal, las marcas en las victimas, los sitios, todo parece obra de un animal.
–¿Pero?
–Un animal no puede sacar a una persona de una cárcel y llevarla a la otra punta del país– dio un trago nervioso a su cerveza.
–¿Son criminales entonces?
–Sí, en realidad está haciendo un favor a todos pero sabes, no podemos dejar que alguien haga eso.
–¿Aunque sean criminales?
¬–Los mata, Beltrán y de una forma horrible, no es diferente a ellos.
Fue entonces cuando escuchó la voz por primera vez que lo escuchó, la voz, un pensamiento dentro de su pensamiento, como si dos mentes vivieran en un mismo cuerpo. Mientras miraba el bigote de su amigo por el cual caían gotas de cerveza, notaba como el corazón latía cada vez más fuerte. Poco después comenzaron las imágenes, las cuales en un primer momento le parecieron simples locuras, pero esa noche en la carretera las volvía a ver reflejadas en los cuerpos sumergidos por la nieve.
En la oscuridad de la noche, quieto, sin emitir ningún ruido, perdido y sin saber que hacer, una mano femenina se posó sobre su hombro.
–Beltrán- comenzó a acariciarle la cabeza-Somos así, nosotros limpiamos.
Al bajar la mirada el hombre vio el bigote de su amigo, del cual ya no bajaban gotas de cerveza, sino de sangre.