Tan fácil
Ignacio Condés Obón | Lily Chen

¿Qué fue lo que dijo? – No lo hagas, nos han visto salir juntos del bar – sí, fue eso lo que dijo. 
Menuda idiotez, por ese antro pasa la mitad de la ciudad la mitad de las noches. Todos con gabardinas idénticas, todos con cara de querer ganarse unos pavos haciendo cualquier cosa, ya se legal o ilegal. Todos con la misma cara de sospecha debajo de sus idénticos sombreros.  
¿Y qué si nos vieron? Ella no había dejado de coquetear con cualquiera que visitara la barra, ya fuera para pedir una copa o para ver de cerca a esa mujer casi espectral. Llevaba ya entonces una marca funesta grabada en su vestido ajustado, quizá porque era negro. No debió vestirse de negro, pero que bien le sentaba ese vestido, joder, casi daban ganas de perdonarla sólo por eso. Y no es que hubiese tenido dudas, nunca las tengo, no cuando me pagan por adelantado la mitad, y la mitad supera las cuatro cifras, no cuando las instrucciones son tan claras. 
Quizá nos vieron dentro, charlando, pero no al salir. La llevé hasta el callejón, por la puerta trasera, y el coche era robado, con las placas cambiadas por si las moscas. Si alguien vio algo fue dentro, y había tanto humo que era difícil distinguir tu propia copa si no la acercabas de inmediato a la boca, algo que ella hacía de una manera muy profesional. Y no sólo a la que yo invité, ¿Cuántas llevaba antes de que yo la encontrase? ¿Cuántos sospechosos bebieron con ella anoche? 
Pagué el motel por tres noches hace dos, hasta mañana por la mañana nadie vendrá a limpiar, se lo dejé muy clarito al encargado, la reserva por teléfono, claro, y mandé a aquel pardillo a recoger la llave de la habitación. Estaba tan borracho que casi no pudo entrar por su propio pie, pero le dieron la llave y firmó el registro, todo en metálico, cuarenta pavos en propinas para evitar preguntas. Y por si acaso le regalé otra botella de ginebra cuando me entregó la llave, que seguramente se bebió esa misma noche, no creo que sepa ni donde tiene los zapatos. 
¿Entonces por qué no estoy tranquilo?  
No es por la frase, sino por la mirada que la acompañaba. No suplicó ni rogó, no se arrastró ni lloró como ocurre siempre. Me miró sabiendo que no soy de los que se ablandan con una mueca de pena, ni de los que se derriten al deslizarse inadvertidamente la cinta de raso de su vestido negro dejando al descubierto su hombro. No, simplemente me dijo esa frase para que supiera que iríamos juntos al mismo puto infierno, aunque no necesariamente a la vez. 
He repasado cada detalle del plan, sencillo, sin complicaciones, no creo que deba preocuparme. Hoy no bajaremos juntos, y lo siento, no se debe estar mal en el infierno si es ella quien te acompaña. 
Otra cosa será olvidar esa mirada. 
Ojalá todo fuera tan fácil.