Tela de araña
Patricia Andrea García Sánchez | Mina

Casi eran las nueve cuando llegamos a casa, Carlos dijo que si pedíamos una pizza para cenar, lo que me pareció la mejor idea para cerrar un día bastante nefasto.
Habíamos pasado todo el día fuera y solo quería descansar y para eso lo mejor era una ducha caliente, pijama y sofá, mientras mi chico iba preparando los acompañantes de la cena.
Mientras me duchaba se fue la luz, justo con la cabeza llena de jabón, en fin, agua fría y salí zumbando mientras le gritaba para saber qué había pasado.
-Carloooos, cariño, holaaaaaa
De regreso un silencio más gélido que el agua de la ducha en febrero
Con el albornoz medio retorcido y con las zapatillas sin encajar logré salir, estaba todo oscuro y muy silencioso
-Carlos como me vayas a dar un susto te mato ¿me has oído? Veeenga que no tiene gracia ¿Han saltado los plomos o qué coj…?
Vi la puerta de la calle abierta con la luz de emergencia de la escalera, y cuál polilla guiada por la luz, allí fui.
Carlos estaba de rodillas junto al cuerpo de una mujer que parecía la vecina, de pronto, volvió la luz y sus manos estaban llenas de sangre, como el cuerpo y el suelo del descansillo.
-¿Pero qué ha pasado? ¿Qué has hecho?…
– No lo sé, oí un golpe y salí a ver y justo cuando vi a la vecina se fue la luz
El timbre, la pizza, abrí inconscientemente y el muchacho gritó tiró la caja y salió corriendo
-¿Qué hacemos? Voy a llamar a la policía ahora mismo
-No, espera, al menos me voy a lavar
– Te da tiempo, en lo que llegan…
No sé si fueron 2 o 3 minutos y se llenó de policías todos los espacios a los que me alcanzaba la vista, nos sentaron en el sofá y medio en estado de shock nos atiborraron a preguntas, parecía una película
– Estate tranquila, me decía mientras me daba la mano.
Pero ni tranquila ni nada, estaba como fuera de mi, como si pudiera ver la escena desde fuera. Como si me lo estuvieran contando.
La vecina se llamaba Silvia, era de nuestra edad, cuarenta y, cordial, mona y siempre muy arreglada. Vivía en el piso de arriba y solo la oíamos cuando llegaba o salía por los tacones.
Al cabo de no sé el tiempo, se marcharon, limpiaron todo, más o menos y yo seguía petrificada en el sofá. Nos dijeron que estuviéramos localizables, como en las películas americanas, pero nosotros vivimos en Zamora.
Carlos se fue a la cama, como si la vida siguiera normal y yo después.
No podía creer lo que estaba pasando y oí como roncaba a mi lado, increíble.
Me levanté y fui a la cocina, no sé ni porque fui a cortar una manzana y el cuchillo de mango verde no estaba y de pronto enlacé momentos y vi lo que no quise ver hasta ese momento, me calcé cogí las llaves del coche y fui a comisaria