Pensó en llamarla a mediodía, cuando salió a tomar un café después del briefing del subinspector. Y lo hubiera hecho, sabía que a Carol le agradaría. Pero inmediatamente pensó en qué podría contestar si le preguntaba a qué hora llegaría. Siempre eludía contestar de manera precisa. Ya sabes, si no se complica nada, no llegaré más tarde de las seis, pero este es el departamento de homicidios, y esto es Brooklyn, si lo miras de una manera optimista, tenemos un apartamento con un balcón con vistas al rio y una escalera de incendios como en las películas, pero también la mayor tasa de criminalidad al sur de Harlem.
Se convenció de que había hecho bien, eran las seis y estaba a punto de entrar a un motel destartalado acompañada del forense, un hombre alto y amable con el que estaba segura de haber coincidido antes, pero no sabría decir si en otra investigación o en el depósito.
El detective al cargo la estaba esperando rodeado de otros policías, parecían no tener nada que hacer, nada en absoluto, y a la vez, bañados por las luces intermitentes rojas y azules, parecían estar en continuo movimiento.
Ya hemos interrogado al encargado y a la limpiadora que encontró el cuerpo, no hay mucho que ver, me temo.
Veamos la habitación, y que sea el forense el que nos diga lo mucho o poco que hay que ver.
Subieron un tramo de escaleras de madera pintadas mil veces. Al llegar a la 103 encontraron la puerta abierta y los proyectores iluminando el interior, todo listo para la inspección.
La habitación solo tenía una cama pegada la pared de la izquierda y una mesa baja a la derecha con un par de sillas notablemente más altas. Al fondo un baño minúsculo. El problema de tener tantas fuentes de luz a la vez en la misma habitación es que se proyectaban sombras en todas las paredes según el forense comenzó a desplazarse, dando un rodeo que pareció infinito alrededor del cuerpo.
Y entonces la vio, podría ser Carol, pensó, casi instintivamente, o podría ser yo. La mujer estaba tumbada boca arriba y parecía plácidamente dormida sobre la moqueta de la habitación. Su cabeza se apoyaba sobre una mancha oscura y alargada, que parecía una almohada. Un único disparo, un orificio de entrada y otro de salida. Calibre 22. Tendría que llamar a casa.
Sabía lo que Carol le diría, prométeme que vas a tener cuidado.
El encargado repitió punto por punto la declaración que había hecho delante del detective. Reservaron por teléfono hace tres días, pagaron por adelantado, todo en metálico. Claro que firmó el registro, como J.J, y un garabato ilegible después. Estaba borracho. Dudo que él fuera el que ocupó la habitación, debieron pagarle para recoger la llave. Algún marido discreto supongo, que no quería mostrar todas sus cartas.
Necesitaba llamar a casa.
Era ella quien quería decirle a Carol, por favor ten cuidado.