Tenía razón
José Ignacio Alonso González | Seven Seconds

El repartidor hablaba con el periodista en la terraza de una cafetería.
—Entiende que debo ir disfrazado para no revelar mi verdadera identidad.
—¿Por qué ha elegido a nuestro periódico, si sabe que no tenemos gran relevancia?
—Yo tampoco tenía relevancia, como usted dice, cuando no me dedicaba al robo.
Estoy harto de los poderosos, de que mangoneen nuestro mundo a su antojo. Prefiero a los periódicos independientes que no están sujetos al control de los gobiernos.
—Personalmente, y en el nombre de mi periódico, le agradezco esta entrevista.
Tengo muchas preguntas.
—Espero poder responder a todas.
—Y la primera que se me ocurre. ¿Por qué roba usted?, ¿necesita el dinero?
—Si te soy sincero… el dinero no es algo que necesite, ni me interese.
El periodista le mira extrañado—No le entiendo. Entonces, ¿para qué roba?
—Digamos que mi motivación no es económica… es otra.
—¿Otra? Si los robos en el Banco Nacional, las joyas de la Marquesa de Urquijo, o el robo de las monedas entre otros muchos, no fue económica.  ¿Para qué fue?
—Te diré que mi primera vez, si fue económica. Robé dinero en el monedero de mi madre; deseaba comprar un cómic que no podía pagar con mis ahorros. Pero una vez allí, lo acabé robando.
—¿Le devolvió el dinero a su madre?
—No, se lo di al pobre que estaba pidiendo en la calle.
—Entonces es usted un Robin Hood.
A esa afirmación no respondió, solo tomó un sorbo de café.
—¿Qué le motiva, si no es por razón económica, a hacer esto?
—El riesgo y… la lucha de mentes.
—¿Lucha de mentes?
—Después de planificar y ejecutar el robo, lo verdaderamente divertido es la lucha con las fuerzas, digamos del bien. Ese juego del gato y el ratón.
Si te pudieras llevar una cosa sin que nadie se enterase. ¿Lo harías?
—Claro que no.
Mira su reloj—. Voy un momento al baño.

                        *  *  *  *

La policía llegaba tocando todas las sirenas de la ciudad. Los coches iban cerrando las calles creando un griterío de insultos.
El inspector llegaba apresurado acompañado de cuatro policías a la cafetería.
—¿Es usted, Blas Pelaez?
—Sí.
—¿Dónde está?
—Se fue al baño.
Segundos después salía un policía de la cafetería—. Allí no hay nadie.
—¡Mierda!
Detengan a todos los que haya en un kilómetro a la redonda. No importa si son camareros, vendedores de cupones… o astronautas.
—Señor, no tenemos tantos efectivos para esa labor.
El inspector maldice.
                        *  *  *  *
La anciana lanzaba migas a las palomas. Una sonrisa pícara ilumina su rostro mientras observa toda la escena.
Minutos antes había salido del bar y acercado al periodista.
—¿Me puede dar ese trozo de pan para las palomas?
La mira y responde —. Sí, tome.
—Muchas gracias, buen hijo.
Y con su cansino y dificultoso caminar se dirige al parque
El ratón vuelve a ganar.
                        *  *  *  *
Blas sacaba del cajón la moneda de oro que días atrás se había encontrado en el bolsillo.
—Tenía razón