Siluetas de raso como medusas lentas elongaban sus figuras ondulantes bordadas por la luna que provenía de la ventana.
La superficie marrón de la cómoda, mezclaba su color con una botella dándole un tono similar a la tierra.
La lampara, cómplice de aquellas mareas se diluía en las curvas del vidrio.
Las formas del cuarto se repartían por las hendiduras de las curvas del objeto.
Los amantes se despojaban de sus ropas como sacándose pétalos de flores humanoides, deformes con rabia respiración y jadeos.
La bruma en la habitación comenzó a empañar las imágenes sobre el vidrio de la botella, la cual comenzó a moverse dando rápidos temblores sobre la ladera de la madera, las embestidas hacían una pintura de marea viva.
Un ojo se acercaba y se alejaba, manos se entremezclaban con piernas largas y líquidas, lavas, pieles, devoraban, surgían y desaparecían pozos negros, pájaros fantásticos que surcaban por los bordes, el contorno y por el gollete llenaban de seres de otras galaxias el interior de la botella.
Medusas cárnicas, una nebulosa estallaba en liquidos de colores.
El vapor insinuaba las siluetas que chocaban la madera y acercaban la botella, arrastrándola cada vez más al borde del abismo del mueble, luces de aceite eran jadeos de animales que se devoraban entre sí.
En un momento la botella absorbió la obscuridad de una mano y la luz de la lámpara hizo que emitiera un relámpago, para elevarse y descender violentamente por esos dedos sudorosos rompiéndose en mil pedazos contra unas perlas llenas de espanto.
Un golpe trizo un ojo en un fractal, una uña creció dentro del vidrio, un diente voló el gollete y luego la explosión repartió la imagen en múltiples ojos como los de un insecto que se percibe así mismo y su entorno en miles de ángulos al mismo tiempo.
Trozos de vidrio dividían la figura de una mano poseída de espasmos, el espejo de un ojo miraba buscando en la oscuridad el porqué del ataque, el insecto de vidrio movía una boca que aún temblaba, un puñal transparente entre la carne y el cabello, un espejo múltiple de un mar rojo, rojo negro y espeso.
La botella, arma en el suelo la cascada roja que se dividía en trozos brillantes, multiples, pintados de cuerpo, telas, uñas, y unos ojos que parpadeaban como un colibrí alcanzado por el fuego.
Solo el borde de la botella sobrevivió incrustado en la alfombra del apartamento, dejando ver una figura humanoide que se tambaleaba y alejaba pequeña abriendo y cerrando de golpe la puerta de la salida del departamento, huyendo de su reflejo, una curva de piel que desaparecería tras cerrarse la puerta.
El silencio guardado en pedazos, el cuerpo repartido
en un mosaico, esperando para ser descubierto en un trancadiz de recuerdos e imágenes, un ojo se mira en pregunta, cosmos brillantes que guardarán para siempre el secreto del puzzle de aquel transparente y trizado testigo mudo.