La muerte las sorprendió la tarde del 16 de diciembre de 1970. Después de comer, mientras madre e hijas limpiaban la cocina, padre e hijo se retiraron a la habitación que compartían para descansar. Al poco, entró la esposa y se sentó en una de las camas, entre su marido y su hijo.
Al mirar a su mujer, Harald la ve como un ser extraño. “¿Quién me está mirando por tus ojos?”, gritó.
Frank, el hijo, la abofetea fuertemente, pero ella no cambió su expresión. Las hijas, al oír los gritos, entran en la habitación. Tienen impresas en sus facciones el mismo modo de mirar que su madre. Frank les grita violentamente: “¡fuera!”
“Mi madre me miraba de una forma sobrenatural, con una fuerza que me impulsaba a agredirla“ explicaría en la declaración policial.
Cogió dos perchas del armario, una para él y otra para su padre, y al unísono empezaron a golpearla. La cabeza no debía ser golpeada, solo los brazos, las corvas y las pantorrillas.
“Ya basta, ahora vamos a terminar con las otras dos”, dice Frank. Padre e hijo entran en la otra habitación. Ellas esperan sentadas en la cama.
La Brigada de Investigación Criminal visitó el piso dos días después, el 18 de diciembre. Procedió al forzamiento de la puerta, logrando romper los dos paneles de la parte baja por los que penetraron al interior.
En el primer dormitorio, en medio de dos camas, se encontraba un cadáver pero no los instrumentos causantes de las lesiones. En la habitación contigua además de los cadáveres de otras dos mujeres se encontraron: un martillo, unas tijeras de podar y cuchillas de las utilizadas por los zapateros. Tenían los zapatos puestos. Pechos cortados, extirpación del corazón, órganos genitales destrozados. El hedor era insoportable. La casa está llena de imágenes de Santos.
– Usier: “Audiencia publica”.
Harald y Frank llegaron esposados por miembros de la policía armada a las 10.25 horas de la mañana.
Se piden tres penas de muerte para Harald Alexander y veinte años de reclusión, por cada uno de los asesinatos, para Frank.
Los acusados se declaran autores del crimen, pero niegan responsabilidad. El juicio dura cuatro horas: ninguno de los acusados dice un apalabra.
La Audiencia absolvió a Harald y Frank Alexander de los delitos de parricidio y asesinato por concurrir en los mismos la eximente de enajenación mental. Decretó su internamiento en un centro psiquiátrico.
Frank escribe desde el psiquiátrico en 1985: “Yo tenía entonces 16 años y cumplo en breve 31 años”. Cuatro años después, en otra carta dice: “…han pasado 19 años, y puede estar seguro que estoy completamente curado.” En 1991, ya en tratamiento ambulatorio, se dirige a la fiscalía para explicar la situación de su padre, que ha tenido un rebrote de la enfermedad: “…lo acompañé esta mañana, día 14, al aeropuerto, donde tomó el avión para Frankfurt”.
En 1995, escribe una última carta: “…tras el cumplimiento de 20 años de prisión…opté, por propia voluntad, abandonar España”.