TIEMPO DE ELEGIR
Montse Inglés | ANGIE MARTÍ

Tiempo de elegir: vivir o morir. La píldora correcta implicaría renacer, la incorrecta agonizar hasta arrancar el alma de su cuerpo. Por unos instantes las manos del Detective temblaron, ante él un asesino en serie impredecible le retaba a una lúgubre elección. Sin duda, le acechaba el tiempo de elegir entre la vida o la muerte. Cada detalle podía ser clave, decisivo. Su perspicacia parecía desvanecerse. Dudó. Creer que quizás estaba inhalando y exhalando sus últimas bocanadas de aire le nubló su capacidad de observación, solo podía ver lo superfluo. No podía contar peldaños, solo subir escaleras. Como necio no presente, vagabundo sin rumbo. Oía sus propios latidos acelerados, su corazón golpeaba fuerte contra su pecho, incluso creía desplazarse levemente hacia adelante a cada impulso. A través de la ventana vio a Watson, en el edificio de enfrente. No podía arrugarse, debía elegir y emerger victorioso para ser reconocido por su valentía y audacia inigualables. Le observaba quién le hacía grande, su único amigo, de modo alguno podía acobardase. Cerró los ojos unos instantes y se centró en su respiración, imaginó la sangre de sus venas expandirse al ritmo de sus exhalaciones, un río rojo que le daba poder. Al abrirlos observó a su enemigo, allí sentado, él no tenía nada que perder, le había confesado que tenía una enfermedad terminal pero su juego era vivir más que otros, aunque solo fuese por tiempo limitado. Dejaba atrás víctimas con una vida por delante, que él truncaba en un suspiro, porque no sabían elegir, o simplemente porque la suerte no les aguardaba. Con el Detective, tenía el mismo plan, iba a vencer al más inteligente de todos, sería un héroe. A sus anteriores víctimas les obligó a escoger y tomar la píldora empuñando una pistola, pero con él era distinto, el investigador se postulaba tan inteligente que daba por hecho saber cualquier respuesta, por ende, el asesino sabía que no requería de ningún elemento de coacción. Y así fue, aunque el Detective reconoció el falso revólver, no pudo olvidar el reto: cogió uno de los dos frascos y se tragó la píldora que contenía. El asesino hizo lo mismo con la del otro frasco. Watson, desde el otro lado, disparó. No falló, pero vio también al Señor Holmes desplomarse casi al unísono que su enemigo. Se apresuró a salir del edificio y correr hacia el lugar donde se encontraban los dos hombres abatidos. Llegó exhausto y se agacho al lado de Sherlock quién le susurró con la voz entrecortada mientras el veneno hacia su efecto: “siempre pensé que no existe una combinación de sucesos que la inteligencia de un hombre no sea capaz de explicar. Me equivocaba. Querido amigo, el hombre al que has disparado dejó su suerte al azar, no sabía cuál era la píldora correcta y me dejó a mi el tiempo de elegir por mi vida y por la suya, finalmente ambos la hemos perdido”. Watson apretó su mano y sintió la muerte en sus dedos.