TOC TOC
Oswaldo Reques Oliveros | Osw MerTinta

Estaba recién mudado y ya se arrepentía. El apacible lugar que había visto cuando visitó una mañana el apartamento para arrendarlo, se convertía en un infierno luego del mediodía gracias al vecino de al lado.

El hombre que vivía solo como él, parecía de múltiples personalidades, bailaba, aplaudía y lo más horroroso eran los gritos de terror y sufrimiento que se esparcían con sus ecos por la estancia, pareciendo no alterar la cotidianidad del edificio.

La primera vez que lo escuchó quedó instintivamente pegado a la pared y agarró el arma de reglamento que portaba en el cinto, mientras un frío le helaba todo su ser.

En sus pocos años de policía ya había escuchado de todo, pero nada como aquello que salía de lo más profundo de alguien aterrado y desatado por los impulsos sin control que no podía dominar.

Al recuperarse salió uniformado, lo que no debió hacer, tocó al lado insistentemente, pero nadie respondió. El vecino de al frente abrió la puerta y le dijo que era el loco del edificio y que durante años había sido así sin remedio y que a según, nada se podía hacer.

Sabía que lo escuchado no había sido normal. Parecía el efecto de un intenso dolor. La música, bailes, danzas, cambio de voces siguieron y si no hubiese tenido que salir a trabajar, se habría lanzado por la ventana de la desesperación.

Al transcurrir del tiempo cada vez que permanecía más allá del mediodía en su casa la escena se reproducía, lo inexplicable sonaba, los chillidos espeluznantes surgían. Él tocaba, no le abrían y le provocaba tirar la puerta y sacar arrastrado al supuesto loco por los pelos, encerrarlo en un calabozo y botar la llave.

Un día el comisario lo vio perdido, pensativo, raro porque normalmente estaba centrado en su trabajo y al preguntarle qué pasaba, le contó. El comisario le dijo que ante esa situación se podía entrar a la fuerza al domicilio, pues posiblemente se estaría en presencia de un delito en flagrancia y no era necesaria la orden de un juez.

Él en su juventud dudó y el comisario en su madurez se lo ratificó. La próxima vez me llamas y le caemos al vecinito con un comando completo para saber el porqué le hace la vida de cuadritos a la comunidad.

Así fue y al comenzar el show estuvo atento. Al estallar los alaridos espantosos llamó al comisario, quien le dijo que ya salían hacia su casa. El tiempo de espera fue eterno, un tormento que lo ataladraba.

El jefe llegó con un comando de acciones especiales, se tocó la puerta, no hubo respuesta, se activó el protocolo de advertencia anunciando sobre la inminente entrada, nada cambió y finalmente se actuó.

La puerta fue derribada en cuestión de minutos con golpes que se esparcían buscando a dónde rebotar y al entrar, allí estaba el vecinito con un alicate en la mano, un joven de unos 20 años atado a una silla y sangre que manchaba y salpicaba por doquier todo lo que encontraba.