Sonaron las campanas de la Catedral a las diez de la noche y como acostumbraba Honorio, el campanero, recorrió todos los aledaños revisando las vidas de sus vecinos de la Plaza Vieja. Él vivía justo encima de la Puerta del Juicio, en la llamada “casa del campanero”, junto a la torre renacentista de cincuenta metros, construida en el siglo XVII. Con su boina calada y su cigarro entre los labios, se acurrucó entre la Capilla de Santa Ana y la Puerta de Santa María y empezó a escuchar y mirar a sus vecinos. Entretenido entre la casa del relojero, donde Josefa enseñaba sus virtudes sin vergüenza alguna, y la casa de Mariano el carpintero, donde los gritos se escuchaban en toda la Parte Vieja, ya que era casa de sordos, de repente observó que una carroza paraba junto a la puerta de María Gaitán, conocida concubina de nobles y hacendados. Una berlina tirada por seis blancos caballos, no podía ser otra que la del Marques de Valpertuna. No pudo ver salir al Marques, ya que le tapaban la vista, las cortinillas de las ventanas, pero ahí estaba quieto el cochero fumando, mientras la noche se echaba encima. En la casa de María se encendieron varias luces, una en la escalera y otra en el saloncillo, donde más de una noche había visto a María y sus visitantes con todas sus desnudeces. Los relinchos de los animales hacían que algún vecino asomará la cabeza para ver de dónde venían y quien rondaba a María. Honorio vio a María abrazarse al Marques y entre cortina y cortina y cuando ella se contorneaba por el saloncillo, la vio reír, beber y cantar, mientras el noble permanecía aposentado en el pequeño diván que le había regalado el Obispo como obra de caridad, una vez que la visito. La noche se las prometía, pero como si fueran relámpagos, salidos de la calle La Lechuga, aparecieron dos hombres con sombreros y capas y cubriendo sus caras, arremetieron con el cochero, dejándolo en el suelo. Honorio corrió hacia el campanario y mientras él intentaba llegar a la soga, los encapuchados subían las escaleras de la casa de citas. Honorio empezó a tocar las campanas dando la alerta a los aguaciles y guardias, y segundos después el carruaje salió disparado, mientras la María gritaba y quedaba tendido el cochero en la Plaza Vieja.