Todo estaba en orden, incluso los tópicos: establezcan el perímetro, inspector tiene que ver esto. El crimen era impactante, el cadáver deformado, la mujer irreconocible y el inspector preparado para hacer la investigación. Estudiarían las cámaras de vigilancia cercanas, interrogarían a los familiares de la víctima, comprobarían sus cuentas corrientes, ¿tendría un amante? ¿un marido despechado? ¿una deuda de drogas? Se abría un amplio abanico de posibilidades, pero casi siempre la solución estaba en el propio entorno de la víctima, era una cuestión de tiempo y de seguir un método.
Y el inspector tendría, en este caso, un método infalible: aquella mujer dejaría de amenazarle con contarle a su esposa que eran amantes, nadie de su entorno la conocía, no podían relacionarlos y su vida seguiría feliz con su matrimonio estable. La investigación la iba a llevar él conduciéndola por el sendero más conveniente, en definitiva, solo era otra mujer muerta y él sabía enterrar estos casos con suma eficacia, salvo que apareciese un pringado oportuno a quien cargarle el muerto con las pruebas que fuera sembrando a su alrededor. Empezaba el trabajo.