TODO ENCAJA
CARMEN GÓMEZ MIRUMBRALES | BLACK LADY

La carta que sujetaba entre las manos no era un buen presagio. La habían echado en su buzón y era parecida a las anteriores: sin remitente, sin huellas, sin pistas. Un macabro heraldo que anunciaba una muerte inminente. Su mensaje no dejaba lugar a dudas: el asesino en serie actuaría de nuevo por sexta vez. Los latidos de su corazón marcaron el desfile de una sucesión frenética de fotogramas de las víctimas. Pasaron por su mente uno a uno, provocándole un escalofrío que le recorrió la espina dorsal, como si una corriente de alto voltaje la hubiese sacudido. La inspectora de policía Fiona Smith apartó por un momento esos lúgubres pensamientos de su cabeza. Los arrinconó en un lugar de su cerebro al que luego volvería. Los desechó por un momento como se deshacía del polvo acumulado cuando no tenía tiempo de limpiar.

Aunque el ascensor estaba en la planta baja, lo ignoró. Prefirió subir corriendo por las escaleras. Era una práctica que solía hacer de manera habitual para mantenerse en forma. Al abrir la puerta entonó un saludo al vacío. Llegaba antes de lo normal y su esposo todavía no había regresado. Dejó la gabardina y el bolso en el perchero de la entrada y se fue directa al baño para llenar la bañera con abundante agua templada y sales. Se preparó una copa de vino y puso en el móvil su música favorita. Necesitaba relajarse y pensar. Tenía la sensación de que algo se les escapaba en esa investigación y no sabía qué era. Presentía que tenía al asesino muy cerca, pero a la vez muy lejos.

El delicioso aroma y la calidez del líquido, logró que sus músculos se destensaran. Se recostó en la pared de la bañera y el telón de sus párpados se cerró para ocultar el verdor de sus ojos. Se sintió como en un oasis de relajación en medio del desierto de su trepidante vida. Su pelo ondulado y cobrizo le cubría los hombros y, con la humedad, se le pegaba a la piel.

Regresó a aquellos pensamientos que había apartado minutos antes. Repasó en su cabeza una vez más todo lo que sabían. Habían llegado a la conclusión de que el asesino era de mediana edad, que se movía en su entorno y que tenía predilección por las mujeres pelirrojas. Se preguntó quién sería la próxima desdichada.

El sonido de la puerta de la entrada al abrirse le indicó que su marido ya había regresado. Salió del agua envolviéndose en su albornoz y fue a saludarlo. Al no verlo, se extrañó. Por el suelo había un reguero de gotas de sangre que se perdía tras la puerta del pequeño baño que había al fondo del pasillo. En el aparador de la entrada, un cajón que solía estar cerrado con llave le enseñaba ahora su interior, lleno de objetos que no eran suyos.

A su pesar, las piezas del puzle encajaron a la perfección. Fiona empuñó la pistola para detener al asesino.