Todo por la pasta
Francisco Castro Legaspi | Pibe

Cuando el Inspector Mendoza llegó al restaurante “Tutt’appost” aún estaba el cadáver del dueño del local en el suelo con la cara cubierta por una servilleta. Era Don Gennaro Giardone, un emigrante napolitano que amasando había conseguido hacer una fortuna. No había tenido descendencia porque el dinero lo había aderezado con una extrema desconfianza en las personas y un mal carácter que se le había agudizado con los años.
El verdadero secreto de su éxito no sólo estaba en la masa sino también en sus salsas. La combinación de ambas era una experiencia sublime, según las revistas más prestigiosas de recetas culinarias. Su especialidad eran los ñoquis y éstos se convirtieron en sus verdugos ya que su muerte, según la forense, fue debida a la hipoxia provocada por asfixia.
Dos personas dieron cuenta de lo sucedido: Ludovica, su jefa de cocina, y una camarera. Estaban consternadas, no paraban de sollozar mientras se culpaban por no haber podido hacer nada en ese momento. El Inspector Mendoza las interrogó por separado y las dos coincidían en los detalles: Don Gennaro, comiendo un plato de ñoquis con “sugo di pomodoro alla napoletana”, había empezado a balbucear, su cara se había teñido de un color morado, luego azulado y, llevándose las manos al cuello, se había desplomado sin conseguir respirar. En menos de un minuto se había quedado tieso.
Estaba claro que no podían ser solamente los ñoquis los culpables de la muerte del Sr. Giardone ya que en su vida había engullido ingentes cantidades de dichas bolitas de patatas con harina. A ello también habían contribuido su hipertensión, la diabetes tipo 2 que sufría y el enfisema pulmonar diagnosticado dos años antes. Y para mayor gloria de su debilitada salud tampoco le ayudaba el sobrepeso, acumulado en la zona abdominal.
El Inspector Mendoza conocía perfectamente a Don Gennaro y cada vez que algún alto mando de la policía aparecía por la ciudad lo invitaba a cenar al “Tutt’appost”, como apuesta segura en su objetivo de ganar puntos para su futuro ascenso. Lo que obviaba era la presentación oficial del dueño del local al recién llegado, pues su mal carácter podía echar por tierra sus ambiciones. La investigación se cerró esa misma noche al no encontrar un móvil externo a la mala suerte, agravada por la precaria salud del napolitano.
Ludovica fue quien bajó las persianas del restaurante, cerró con su juego de llaves y colgó el cartel: “Cerrado por defunción durante 1 semana”. Caminó hacia su coche y en el trayecto dejó la bolsa de residuos, con las cáscaras crudas de las patatas, en el contenedor de siempre. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo: para que los ñoquis no se peguen en la garganta y concentren todo el almidón es imprescindible cocer las papas con piel.
Pocas personas lo sabían, pero a ella se lo había enseñado su abuela, que se libró de su patrón con un plato de ñoquis “alla puttanesca”.