‘-¡Era el amor de mi vida! ¡Ella me engañó con otro y él pagó el precio de mi venganza! Volvería a hacerlo otra vez, sin dudar- murmuraba a través de la celosía del confesonario.
El padre Anselmo se quedó paralizado, sin saber cómo reaccionar ni qué decirle. Ayer aún estaba sujeto al secreto de confesión; hoy ese vecino de toda la vida, ese que parecía inofensivo, le estaba relatando su crimen y él, que acababa de renunciar a los votos del sacerdocio, no supo negarse a escucharlo.
“Será una confesión más, como todas, rutinaria. No pasará nada por tranquilizarlo. Ya se enterará de mi abandono más adelante.” Eso pensaba cuando lo abordó al entrar en la sacristía para recoger sus objetos personales. Ahora se encontraba con el dilema de denunciarlo o callar…
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-¡Sargento, llame a la científica, deprisa!- gritó el bombero conmocionado.
Eran las siete de una mañana ventosa y fría de enero y el incendio se había declarado una hora antes a causa de una caída del tendido eléctrico. Todo el pueblo escuchó la alarma desde la iglesia y acudieron a ayudar.
El jefe de bomberos preguntó a su encargado:
-¿Qué pasa? ¿Para qué necesitáis a la científica?
-Venga y compruébelo- le contestó alterado.
Lo llevó a la zona del mirador y descubrió a sus pies un terreno abancalado en el que la manguera a presión había dejado al descubierto unos huesos aparentemente humanos. Sorprendido el jefe pidió que acordonaran la zona una vez que el fuego estuviera controlado. Cuando amaneció comprobaron que correspondían a un individuo adulto.
La forense llegó enfundada en su » epi «y comenzó a recopilar los restos óseos en una caja de plástico transparente para su traslado. Apreció que los huesos presentaban una robustez característica de los individuos masculinos. Las tibias, el fémur, los huesos de las manos, … el esqueleto había aparecido sin conexión anatómica y eso complicaba las cosas por la dispersión de los restos sobre el terreno; recogió todas las muestras posibles del entorno buscando los huesos de la pelvis, que revelaban que se trataba de un hombre. La clavícula y varias vértebras cervicales presentaban fracturas «perimortem».
-No cabe duda: se trata de una muerte violenta-dijo.
La forense añadió a las conjeturas: “los huesos han sido trasladados aquí después de haberle dado muerte en otro sitio y haberlos mantenido, quizá enterrados, hasta que solo quedara el esqueleto. La persona que lo cometió lo tenía bien planeado todo. No contaba con que un incendio los sacaría a la luz”.
-Una cosa más: no podremos obtener su identificación genética por falta de piezas dentales porque no han aparecido los huesos de la cabeza, aunque las vértebras cervicales indican que fue por un golpe y no una decapitación- añadió decepcionada.
-Hay una persona que quiere hablar con ustedes – dijo acalorado el cabo que vigilaba la zona-. Afirma saber quién fue el asesino.
El antiguo sacerdote relató los hechos que le confesaron tantos años atrás y que tantos remordimientos le provocaron.