No da tanto miedo un cadáver se repitió Rai mientras subía las escaleras del campanario. El maestro Domingo tumbado en su cama, vestido de su propio nombre, parecía dormido excepto por el cráneo hundido sobre la ceja. Decían que se había caído desde lo alto del claustro, pero, sin otras marcas en el cuerpo y con la forma de la azada en la cabeza, o los del pueblo eran tontos o no querían ver.
Llegó arriba y tocó a muerto. Mientras tiraba de las cuerdas hizo recuento, ocho muertos en ocho meses. A todos los conocía bien de verlos por el monasterio, aunque seguramente ellos no hubieran sabido decirle quién era. Ser campanera y limpiadora hace que veas mucho, pero pases desapercibida. La gente la creía idiota por su hablar lento y sus andares raros, y se comportaban delante de ella como si no hubiera nadie. ¡Bobos!
Marce era su amiga, la trataba bien y hablaban del tiempo, de Canela la perrita y de más cosas. Ella le explicó lo que era la regla y le dijo lo que los hombres solían querer de las mujeres, pero también le contó que algunos eran buenos, como Carmelo, su novio. Y que esos, cuando daban besos era muy agradable porque sabían a mar y a galletas.
La noche de la fiesta grande de agosto, cuando por casualidad encontró a su amiga con aquellos hombres, no le pareció nada agradable. Desde el cristalito de la puerta vio que la agarraban de los brazos y el pelo, babeaban como lo hacen los perros hambrientos delante de la comida, y se movían torpemente alrededor, tocándola ansiosamente mientras le quitaban la ropa. A punto estuvo de irrumpir en la sala del coro gritando y moviendo los brazos como hacía en el monte cuando oía gruñir a los jabalíes, pero la mirada de Marce la detuvo. La miró con los ojos muy abiertos, diciendo que no con la cabeza levemente mientras se mordía los labios con tanta fuerza que le sangraron. No dijo nada, no se escuchó ni un grito suyo.
Raimunda empezó a ver borroso, sintió que le faltaba el aire y tuvo que alejarse de la puerta, pero en su cabeza quedó la imagen, grabada a fuego. Los miembros del coro. Los doce que cantaban las misas gordas. Los que se ponían junto al órgano y decían con fervor: Salve Regina, mater misericorde. ,Sin hacer ruido se retiró.
Marce dejó a Carmelo a la semana, sin decirle nada y pocos días despues abandonó el pueblo. El chico por orgullo, dijo a todos que la había dejado porque ella quería otras cosas, la ciudad y todo eso.
Mataría a Don Luis el 25 de mayo y solo quedarían tres. Lo que pasara luego, le daba lo mismo. Carcel, garrote… Total, no da tanto miedo ver un cadáver.