Tragedia inminente
Natalia Montané Risueño | Natalia M. Risueño

La tenue luz de la noche se filtra por la mugrienta claraboya. El martilleo de una gotera hace que el ambiente sea insoportable. Miguel se afloja la corbata. Este caso le produce escalofríos. Observa a su jefa con zozobra a través de los gruesos cristales.
— Señorita… ¿está usted segura de que en este despacho encontraremos algo? — carraspea dubitativo.
— Silencio, Miguel. Y no me llame señorita, por el amor de Dios. Continúe.
— Disculpe, Marina.
La joven inspectora resplandece en medio del lóbrego lugar. Su pálida piel, la media melena rizada y sus labios marcados de carmín podrían confundirse con los de las prostitutas del barrio. Marina observa desde la puerta la investigación de su compañero. Súbitamente, se desplaza de forma imperceptible frente a él.
— Miguel, ¿no ve nada en este despacho? Recuerde que el asesino que buscamos ha dejado pistas tratando de indicar su próxima víctima. Debemos evitarlo, ¿no cree?
Los ojos llenos de seguridad de Marina consiguen sonrojarle.
— Pues… no he visto nada.
— Error.
Marina resopla decepcionada y sale de la habitación apresuradamente. Miguel, nervioso y sin comprender, corre detrás. Tras escapar del edificio y sin dejar de caminar, Marina comienza el irónico rapapolvo.
— Querido Miguel, no se entera usted de nada. El asesino está claro que es una mujer, había restos de esmalte de uñas granate sobre los tiradores de los cajones. Las notas que ha ido dejando incluyen un vocabulario complejo, y la letra está perfilada. ¿Qué significa?
— Que… ¿es una mujer culta? — jadea el ayudante.
— Fantástico, es usted muy perspicaz… El despacho denotaba dejadez. ¿Qué supone eso?
— ¿Es descuidada?
— Error. Se pintaba las uñas, Miguel, por favor. Céntrese. Es una mujer que no pasa tiempo en ese despacho, quizá tenga un trabajo que atender a parte de estas fechorías. Nos acercamos al final.
Marina para en seco en el centro de la Plaza Nova. Miguel vigila hacia los lados.
— Bien, querido Miguel. Hemos llegado al presunto lugar donde se cometerá en breve el tercer asesinato. ¿Algo que me haga creer que es usted un buen detective?
— Lo siento, Marina. Le he fallado, reconozco estar completamente perdido. — reconoce Miguel cabizbajo.
—Recuerda usted que la segunda y última víctima fue mi querido compañero Samuel, ¿cierto?
— Claro, una faena, lo lamento.
Marina, rozando el enfado, coloca sus manos a la altura de los ojos del ayudante. Miguel advierte los restos desgastados de esmalte granate. Ojiplático, mira a Marina.
— Enhorabuena Miguel, ha resuelto el caso, aunque, demasiado tarde. No es usted lo suficientemente sagaz. Prescindiré de sus servicios. Gracias.
Marina desliza su mano presurosamente sobre su pistola y dispara sobre la frente del ayudante justo cuando su reloj de muñeca anuncia las dos. El cuerpo de Miguel se desploma sobre el asfalto. Marina pone los ojos en blanco, guarda la pistola, y saca el teléfono. Marca un número y de inmediato alguien responde.
— Buenas noches, Santiago, ¿sigue usted queriendo trabajar para mí? Tengo un caso para poner a prueba su valía. Venga a Plaza Nova de inmediato.