Tras de ti
Carmen María Calderón Ruiz | Cece

Las sandalias de Elina Elizondo aún rezumaban aquel hedor fétido que se impregna en la piel tras haber estado corriendo durante mucho tiempo. El vestido bermejo que besaba su cuerpo de manera desvergonzada descansaba en el aire tal y como si de una lámpara de araña se tratase. Aún tenía sus violáceos dedos entrelazos como si hubiese querido agarrar a alguien con todas sus fuerzas. En el dedo meñique yacía una pequeña perla blanquecina que luchaba por mantenerse sujeta a aquel exánime cuerpo. Su pecho estaba decorado con el tatuaje de una minúscula luna llena, la cual le otorgaba un aire enigmático. Alrededor de su cuello lucía inamovible una parda soga de cuero que hacía posible que el cuerpo de Elina no hubiese colisionado aún contra el frío mármol. Entre sus ennegrecidos labios supuraba el comienzo de lo que se convertiría en un lago de espuma blanca. Habría jurado que sus ojos habían intentado buscar los míos en varias ocasiones desde que había penetrado en aquella estancia, mas al acercarme a estos, la indiferencia de la muerte me había golpeado de forma escalofriante. Su endemoniado cabello se desplomaba entorno a sus hombros, mientras que algunos mechones le cubrían parte de su desvaída faz. Aquel aposento no debía pertenecer a la joven que ahora era parte de su espantosa decoración. Apenas se adentraba la luz del día por el tragaluz que flanqueaba la pared izquierda, no había ningún mueble en aquel cubículo, solo un pequeño barril de vino que ocultaba el olor a desdicha. El inspector Jurado me observó apesadumbrado a la vez que negaba lentamente. Hubiese salido inmediatamente de aquel lugar, si no hubiese sentido aquel cálido hálito en mi nuca. Volteé apresuradamente mi cuerpo y entonces pronuncié:
– “Querido lector, tú eres el asesino”.