TRAZANDO
Sara Rodado Sánchez | April Nomad

Con la ojera negra e hinchada, miraba a duras penas lo que parecía una nota en su nevera.
Escudriñó cansado.
Pudo enfocar pasados un par de largos minutos.
Una punzada en el pecho inició un ritmo acelerado en un corazón pasado de vueltas.
Observó los alrededores de la cocina, iluminada por la lejana luz de un amanecer, al que le quedaba al menos media hora para romper.
No vió ni una sombra. Estaba aparentemente solo, lo que por alguna razón le produjo un malestar mayor.
Miró nuevamente la nota. Había visto antes esa caligrafía. Pero… ¿Donde?

Dejó a medio hacer el desayuno.
Seguro de estar sólo en casa, inició el camino por el eterno pasillo de dos metros.

Una mano agarrotada y de piel pelleja abría la puerta del sótano. Le restó importancia despistado por el olor a madera corroída que emanaba de dentro.
Tiró de la cadena que daba vida a la solitaria bombilla, oscurecida y en ocasiones titilante.
Esta apenas emitió una mortecina luz grisácea.

Bajó con detenimiento los peldaños.
Sentía las piernas temblonas y la escalera ceder a su paso, con más elasticidad de la deseada.
Con el corazón a galope, y la mano ignorante de albergar tres astillas recientes, de su paso recio por la baranda, no se calmó hasta notar el suelo firme y sentirse a salvo.

Ya en el oscuro despacho subterráneo, sorteó las columnas de archivadores de casos resueltos y se acomodó en la silla de escritorio. Tanteó casi a ciegas el interruptor de su lamparilla de trabajo.
Todo en el sótano estaba cubierto por una gruesa capa de polvo. Lo cual le extrañó considerablemente. Tendría que darle un toque de atención a la asistenta…
Sacó una pequeña linterna de un cajón atascado, con la que se ayudó para encontrar archivos.
Revisó superficialmente los últimos casos y distinguió en un informe policial la misma letra de la nota, firmada por un tal Celsio…

Se llevó arriba el documento para ojearlo tranquilamente, desayunando.
Un olor a quemado alteró su ánimo.
Desconectó el tostador y abrió las ventanas con urgencia.
Empezó a toser sonoramente y una voz del exterior preguntó; -¿Estás bien, Celsio?-

Al escuchar su nombre reaccionó amargamente, devolviendo a su vecino un gesto afirmativo con la mano, entre despectivo y agradecido.
Se sentó y leyó la nota. La había escrito él. Ni siquiera había reparado en el mensaje, quizás antes no lo había conseguido descifrar.
decía.

Colocó la aguja sobre el vinilo. Sonó blues.
Encima del aparador de la gramola había un espejo. Miró su rostro pellejudo. Se sonrió con resignación.

Cada día olvidaba.
Ya no era joven, ya no ejercía como detective, ya no tenía asistenta…

La música estimulaba sus conexiones neuronales, y trazaban un camino.
Recordó que sólo era un viejo con Alzheimer, y que pronto la policía volvería a tocar su puerta.
Cualquier día conseguirían sacarle de su casa y encerrarle en un asilo. Pero ese no era el día, porque ese día aún recordaría, quién era Celsio.