Triángulo equilátero
Sergio Alonso Amoros | Henry Bandini

—Entonces, ¿dónde estaban las joyas?
—¿No es obvio? —preguntó él, sacando un cigarro de un paquete arrugado—. Nunca hubo joyas.
—¿Cómo que no? —preguntó el joven reportero.
—Marta se lo inventó para justificar la muerte de su marido. El asesino necesitaba un móvil para querer matar a Víctor. No podía, sencillamente, entrar en su casa y asesinarlo a sangre fría. La historia de las alhajas le permitía a Marta ser otra víctima más y salir del foco. Sobre todo si el caso lo hubiera llevado algún detective inexperto —dijo, acercando el cigarro al cenicero después de una larga calada que dio mientras el periodista tomaba notas.
—Y ¿quién era el primer sospechoso…? Ehm…
—Boris.
—Sí, Boris.
—Atrezzo. Como todo en esta historia de locos. Marta lo contrató para que matara a su marido mientras convencía a su marido de que alguien quería asesinarle. La nota en la que amenazaban a Víctor la había escrito ella. Así, su marido tendría las espaldas cubiertas contra Boris, pero no contra Marta. Además, ¿quién iba a echar de menos a un sicario de poca monta?
—Pero, no lo entiendo… ¿por qué meter a más personas en esta trama? Y, en cualquier caso, ¿por qué introducir lo de las joyas?
—Con un botín, Boris no era un sicario, sino un ladrón. El plan de Marta era que Boris matara a Víctor y después matar ella a Boris. Así podría parecer que ambos habían muerto en el fragor de la pelea.
—No sé, no me cuadra… ¿Cómo habría matado ella al sicario?
—Si algo me ha enseñado esta profesión es que matar es fácil —dijo apagando el cigarro contra el cenicero—. Lo difícil es reunir el valor para hacerlos.
—Valor para hacerlo… —susurró el reportero, mientras tomaba sus notas—. Entonces todo salió mal.
—Claro que salió mal. Si hubiera salido bien, Marta estaría viva y sería absurdamente rica sin tener que soportar los malos tratos de su marido.
—No lo sé… hay algo que no me cuadra.
—¿Qué es? —preguntó el detective, despidiendo con un sutil gesto de su mano al último agente de la policía científica que abandonaba la casa.
—¿Por qué murió Marta? En teoría, nadie debía querer matarla.
—El sicario comprendió lo que estaba pasando y acabó con ella antes de que el veneno tuviera sus consecuencia fatales.
—¿Como lo supo?
—Marta era vanidosa y manipuladora. Probablemente le había seducido y, cunado empezó a verle adormecido, debió contarle lo que había hecho para reafirmarse en su éxito. Es un comportamiento típico de sociópatas como ella. Eso es lo que sospecho que pasó.
—Vaya… Es una historia, cómo lo diría. Rocambolesca, sí. Se lo agradezco, detective —dijo alargando la mano para estrechársela—. Le enviaré el artículo antes de publicarlo. Sin duda será una gran exclusiva.
—Gracias, muy amable. Me alegro por usted.
Cuando se fue el periodista, el detective aprovechó para abrir la caja fuerte oculta balo las baldosas del suelo, cogió los diamantes y abandonó la casa.