Esa noche, cuando llegué a la escena del crimen, El Detective ya estaba allí. Los de Científica, en camino. Era la séptima mujer asesinada de la misma manera: apuñalada y luego degollada. Con dificultad, sorteé a los reporteros que se apiñaban en la puerta del domicilio de la víctima. El caso conmocionaba a los ciudadanos y ocupaba las primeras planas de todos los periódicos.
“El morbo siempre vende”, pensé mientras cerraba detrás mío la puerta de entrada.
“Buenas noches, Jefe”, lo saludé y ambos estrechamos nuestras manos envueltas en guantes de látex azules.
“Parece que no tenemos descanso con este hombre.”
Observé a la mujer tendida en la cama.
“Éste no fue nuestro asesino, Jefe. Se trata de un imitador.”
El Detective caminó alrededor de la cama matrimonial y mirándome fijamente a los ojos me preguntó: “¿Por qué lo dices?”
“No es su barrio. Además, mata en moteles, nunca en casas.”
“Quizá se estará sintiendo más confiado.”
“Señor, discúlpeme, pero éste no es nuestro hombre. Quiere hacernos creer que lo es, pero su perfil no encaja. Nuestro asesino mata prostitutas. Esta mujer podría ser la querida de algún casado al que presionó de más, pero no una prostituta. Basta con observar dónde vive, su ropa, sus zapatos.”
El Detective miró los zapatos que estaban al costado de la cama. Levantó sus ojos para encontrarse con los míos. De una zancada, se paró al lado de los tacones negros y se quedó estático. A pesar de la temperatura invernal, la frente de El Detective brillaba por el sudor.
“¿Se siente bien, Jefe?”
“Sí, un poco mareado”, dijo mientras se secaba el sudor con un pañuelo.
“¿Me traes un vaso de agua, por favor?”
Me dirigí a la puerta del dormitorio. Un reportero que había logrado colarse en la casa era arrastrado fuera por dos oficiales. Giré para advertirle a El Detective que se encontraba de espaldas a la puerta.
Entonces, lo vi mover su pie derecho y arrastrar con él algo desde debajo de la cama. Lo vi agacharse y tomar con su mano un guante de látex azul que parecía manchado con sangre. Lo vi meterlo disimuladamente en el bolsillo interior de su saco mientras se incorporaba rápidamente. En ese momento, giró la cabeza y sus ojos se clavaron en los míos.