La noche no estaba para pasear. La calle se encontraba casi vacía por causa de una intensa neblina que lo cubría todo. A pesar de ello, Alexia decidió salir a pasear su chihuahua.
La mujer había adquirido esa rutina desde que abandonara el grupo musical. Dejó que su mascota libre de la correa corriese a olisquear la base de los árboles y paredes para hacer sus necesidades.
De pronto, alterando aquel silencio, el sonido de unos pasos que, si bien al principio le parecieron normales, el que luego se aceleraran, le advirtieron de la presencia de un desconocido inquietándola.
Apresuró los suyos y comprobó que el perseguidor hacía lo mismo. No veía nada donde guarecerse, ya que por la hora debía estar todo cerrado. No tenía otra opción, así que volvió a apretar los pasos. Sin embargo, los de su perseguidor a la vez lo eran más frecuentes y cercanos.
Casi podía notar su aliento en la nuca cuando el chihuahua se puso a ladrar advirtiéndole de un peligro. Intentó correr en la tenebrosidad que provocaba la niebla, hasta que el filo de un objeto punzante penetró en sus carnes, convirtiendo su cuerpo en un manantial de sangre.
Su grito quedó ahogado por un estertor mientras su asesino huía del lugar.
Media hora más tarde, un mendigo que buscaba un lugar donde guarecerse, encontró su cadáver. Estuvo dudando. Pero al final decidió llamar a los servicios de urgencia y aunque estos le pidieron que los esperase, desapareció en la negrura de la noche como el asesino.
El detective de la policía metropolitana, Duncan, se hizo cargo de la investigación. No tenían nada, salvo el cadáver de la mujer.
La herida en la espalda de la víctima resultó ser mortal. Según el informe emitido por los criminalistas, el arma homicida era un estilete. Nada que pudiese ayudar a la solución del caso.
Sin embargo, Duncan no se desanimó. Todo indicaba que el asesino sabía muchas cosas de la víctima y sus costumbres.
De regreso a su oficina, el detective, que en su día había conocido a Alexia, recordó los abusos que esta sufrió a manos de su pareja. Fue un caso muy sonado.
Del expediente de Harrison Vade, solo pudo extraer que este tenía 58 primaveras, y que en su día el jurado le consideró culpable del delito de atentado contra la integridad de su pareja. Condenado a 8 años, ingresó en la prisión Central de Manchester.
Pero, lo que le dejó perplejo al detective fue la alerta que figuraba en la pantalla del ordenador en la que se indicaba que cuarenta y ocho horas antes este individuo se había fugado de la penitenciaría.
Si bien la policía seguía buscándole, la víctima no era conocedora de la situación de riesgo que tenía. La falta de previsión y la lentitud con la que a veces reaccionan los funcionarios facilitó que este individuo ejecutara la venganza anunciada cuando le condenaron.
—Te mataré tan pronto salga.
Y había cumplido su promesa.