Es una noche fría y gris. Una fina niebla se arrastra por las aceras cubriéndolas con un manto grisáceo a su paso. Sobre las calles se cierne una espesa oscuridad asfixiante que tan solo se ve interrumpida por la débil luz amarilla de las farolas. Reina el silencio, todo el bullicio del día ha desaparecido, no queda rastro de él. Parece que la ciudad estuviese deshabitada.
Como siempre, en una esquina está la joven. Es más bien fea y viste pobremente. Suele pasear por las calles cercanas a las tabernas hasta tarde, con la esperanza de encontrar a algún cliente borracho y así sacarse un sobresueldo. Una voz rompe el sobrecogedor silencio por un segundo. Es el sereno, que anuncia la media noche. Cansada de esperar, se sienta en la acera, debajo de una farola.
Poco después, se escucha un ruido que proviene del largo y oscuro callejón situado a su espalda, un ruido que parece acercarse a ella. Es el sonido de alguien que camina lentamente, con paso firme. Los tacones golpean el empedrado de la acera acompasadamente y el sonido rebota por los muros del callejón y se pierde en el silencio, como se disipa el humo de un cigarrillo en el aire. Un cliente, piensa la mujer. Se levanta y alisa la falda. El sonido de los pasos cada vez está más cerca. El corazón de la mujer palpita violentamente en su pecho.
La persona del callejón sigue avanzando, parece que ha aminorado aún más la marcha. Pasados unos pocos segundos, se dejan de escuchar los pasos. Al final del callejón, donde hace un momento estaba apoyada la mujer, la tenue luz de farola deja ver una figura. Es alta, viste todo de negro, con una capa que le llega por debajo de las rodillas y un sombrero de copa alta de fieltro. La mujer no alcanza a distinguir su rostro. Se siente intimidada y le tiemblan las manos. A duras penas consigue decir con un hilo de voz:
– ¿Bu… busca compañía, caballero?
La negra figura mantiene su mutismo por unos instantes. La mujer quiere echar a correr, pero el miedo la paraliza:
– Acérquese – dice, al fin, casi en un susurro el individuo.
Es una voz cortante, fría, casi inhumana. La mujer, presa del terror, avanza hacia el callejón y es engullida por la oscuridad. La negra figura desaparece tras ella. Ahora se escuchan los zapatos de ambos golpeando la acera durante unos metros. Se detienen. Súbitamente, un grito desgarrador de la mujer rompe la noche.
El chillido llega a los oídos del sereno, que le hiela la sangre. Echa a correr hasta llegar al callejón. Alza el farol y la amarillenta luz revela una grotesca escena. El cuerpo de la mujer yace en medio de un gran charco de sangre todavía húmeda. Su cara tiene un rictus que dibuja una sonrisa espeluznante. No es la primera vez que ve esa sonrisa, de hecho es el tercer cadáver que encuentra en las mismas circunstancias.