ÚLTIMA MIRADA
Sandra Castellanos Valdivieso | PLUMA DE MUJER

El olor de monóxido de carbono parecía haberse quedado suspendido al doblar la esquina de aquella plaza, los árboles se mecían en lo alto como dando la oportunidad de respirar un aire más puro en medio de aquellos edificios tan altos. Había llegado allí descalza, a medio vestir, huyendo y aún se sentía tan aturullada que no sabría cómo explicar de qué o de quiénes escapaba, su huída era su única salida, y en cambio, no sabía explicarlo con palabras.

Había salido huyendo en medio de la vorágine que se extendía por Gran Vía y lejos de parecer culpable, parecía haber pasado desapercibida en medio de todos ellos.

Recordó los golpes en la puerta, la carrera atropellada por aquella habitación por la que apenas entraba un hilo de luz. Escuchó las sirenas en la calle y tuvo unos instantes que le parecieron eternos para reaccionar. Se sentía cansada pero a la vez espídica, su corazón se aceleraba por segundos y parecía que iba a salir de su pecho, la cabeza apelotonaba pensamientos confusos sin orden ni concierto, nada tenía sentido. Estaba acorralada, se sentía como un animal herido, lleno de heridas por todo un cuerpo resentido por los golpes y los arañazos que había acumulado. La debilidad física además le producía un mareo aterrador que le dificultaba aún más los movimientos. Cuando la puerta se abrió su mente se quedó en negro.

Y ahora, aquella plaza se hacía más redonda, más pequeña, ya no había tiempo para seguir huyendo, era el momento de confesar porqué sus manos estaban manchadas de sangre.

Pero entonces levantó la vista y vio abierta la trasera de aquel local decorado con plantas y sublimes lámparas doradas, quizá aún podría conseguir escapar.