“El año pasado heredé un albergue abandonado en el Camino de Santiago. Estaba algo retirado del camino principal pero lo suficientemente cerca como para poder ofrecerlo a peregrinos en los afluentes meses de verano.
Hacía poco había perdido mi trabajo y esta herencia de tita Hortensia parecía un regalo caído del cielo.
El albergue necesitaba una pequeña reforma así que mi hermana y yo nos mudamos durante el otoño para prepararlo para el verano.
Una noche llegaron las lluvias y aparecieron las goteras. El suelo se estaba inundando y pronto fue evidente que no podíamos quedarnos allí.
Salimos buscando un albergue cercano en el que pasar la noche. Por la mañana iríamos al pueblo a comprar yeso para reparar las goteras.
El coche estaba atascado en el barro. Caminamos.
Las casas que pasábamos estaban apagadas, los pueblos dormidos. A lo lejos vimos una luz y nos dirigimos hacia ella.
Entramos y un grupo de viajantes nos saludó. Llevaban botas de montaña, mochilas de acampada y sacos de dormir, como nosotras. Estaban alrededor de una lumbre y unas velas alumbraban la mesa central.
Saludamos y preguntamos si había sitio para nosotras.
Una señora de pelo cano dijo que sí y nos llevó a una habitación.
La luz no iba y la habitación estaba fría, pero por lo menos era un lugar seco y no estábamos a la intemperie. Al fin y al cabo estábamos en temporada baja y las cosas a menudo fallan en una tormenta. Dormimos en nuestros sacos.
Al día siguiente teníamos ganas de llegar al pueblo a comprar los materiales.
Fuimos a recepción donde estaba la señora del pelo cano y le preguntamos cuánto le debíamos.
– Son diez euros.
– ¿Podemos pagar con tarjeta?
– La máquina se ha estropeado.
Uno de los otros viajeros añadió: – Estamos apuntando las tarjetas de crédito aquí, para que se cobren cuando vuelva la luz.
Me pasaron una libreta con una lista de nombres y números de tarjetas. Apunté mis datos y les di las gracias.
Fuimos al pueblo y compramos los materiales.
El verano siguiente fue bueno para nosotras pero nuestras reparaciones rudimentarias no aguantaron cuando volvieron las inundaciones. Era una noche lenta y decidimos volver al albergue del año pasado para pedir materiales y consejos para el invierno. Este año estaba iluminado y la calefacción funcionaba, me alegré por la dueña, debía haberles ido bien el verano.
Fuimos al mostrador donde nos atendió una señora de pelo cano y la felicitamos por el buen aspecto que tenía todo.
– Gracias. Hemos abierto hace poco y está todo a estrenar.
– Pasamos por aquí el invierno pasado y nos distéis cobijo en una noche como esta.
– Oh, no, debía ser otro albergue. No estábamos abiertos el invierno pasado.
Y eso es todo lo que tengo que decir, señor detective.”
“Así dice usted que llegó su nombre a la libreta de la víctima.”
“Exacto.”
“¿Es esa su versión definitiva?”