UN BLANCO PERFECTO
DANIEL MALDONADO CID | DANY TORCÓN

Tras aparcar el sedán negro, miró a través del retrovisor; no había nada inusual. Bajó del vehículo, mirando de forma disimulada. Abrió el maletero, cogió la bolsa de deporte y se dirigió a los ascensores. El sudor resbalaba de su frente y se introducía en la comisura de sus labios. Mientras subía, contó los números del rascacielos, a la vez que echaba un vistazo al reloj.
Caminó hasta el apartamento con una constante sensación de tensión. Giró la llave y entró en un espacio de semioscuridad. Apartó unos plásticos, y un penetrante olor a polvo le invadió. Se aproximó al enorme ventanal. Recorrió la cortina con prudencia, observando la copa de los árboles y el ostentoso edificio del ayuntamiento que, desde allí, se asemejaba al perfil de un diminuto castillo blanco. Durante unos instantes, guardó la respiración como si intentara capturar el silencio del skyline.
Al mismo tiempo que observaba a través del luminoso cristal, retrocedió unos pasos, y se apoyó contra una columna. Se relajó un momento. Unos segundos después, abrió el bolso y sacó el equipo de observación. El viento era óptimo, el problema era el espejismo causado por el calor. No importaba, lo solucionaría. Calculó la distancia y el ángulo de tiro.
Cuando todo pareció estar preparado, montó el rifle de precisión sobre el soporte y ajustó los datos atmosféricos. La mira telescópica buscaba el objetivo. «¿Dónde estás?… Eso es, ahí estás», se preguntaba. Allí estaba. Mantuvo la respiración. Todo se congeló a su alrededor. El rifle se movía apenas unos milímetros. Aguardó a que la víctima se detuviese. «Vamos, aguanta… aguanta… aguanta… ¡Ahora!», se dijo a sí mismo en susurros. Apretó el gatillo. Fue como un tiro al blanco; perfecto y limpio. Abatió al objetivo. Esperó unos segundos. En seguida, disparó otro proyectil contra el muro.
Unos dos o tres minutos después notó la vibración del móvil.
—Inspector.
—Dígame.
—Acaban de matar a la mujer del alcalde, inspector.
—¿Cómo dice? —dijo, mientras pasaba un trapo por el arma y el trípode— ¿Qué diablos está diciendo?
—Es cierto, jefe. Lo acaban de confirmar. Al parecer, han fallado, ha habido otro disparo. Ella se hallaba junto al alcalde, iban de la mano, acababan de salir del edificio.
—Entonces, ¿dice que han intentado liquidar al alcalde? ¿Cómo ha sucedido?
—Eso mismo, inspector, solo que le han dado a la esposa. Puede que haya sido desde uno de los edificios próximos, aun no se sabe. Yo me dirijo para allá.
—De acuerdo. Nos vemos allí en veinte o veinticinco minutos.
Recogió el bolso, cerró la puerta sin echar la llave y se apresuró en dirección al ascensor. Volvió a contar las plantas del edificio. De inmediato, caminó presto hacia el coche, pero con cierto talante de seguridad. Conectó el arranque, suspiró hondo, encendió la radio y miró por el espejo retrovisor; no había nada inusual. Se puso en marcha y se alejó. Todo había terminado.