UN CADAVER EN LA MILLA DE ORO
MYRIAM CASAS LLORENTE | MYRIAM CASAS

Madrid, noche cerrada, los charcos se rompen con el rodar de algún coche solitario. Camarra pega la espalda a la fachada, exhala una calada y se asoma por la esquina del edificio industrial. El sujeto aparece a lo lejos, Camarra comprueba el equipo, se sube al coche por la puerta de atrás y se encoge entre los asientos trasero y delantero.
El sujeto llega a la calle, mira a derecha e izquierda, se sube a un coche que está aparcado a unos cien metros del de Camarra. Al rato, otro hombre con barba se reúne con él.
Camarra sube el volumen del dispositivo y escucha atentamente.
— ¿Dónde está lo mío?
— ¿Tienes el contrato?
— Primero lo mío.
Hay un intercambio.
— Camarra me vigila. Algo se huele.
— ¿Qué te ha preguntado?
— Me ha preguntado si Don Adolfo era mi inquilino. Le he dicho que no.
— ¡Por que!
—Porque entonces, me hubiera pedido justificar la renta. Es mucho mejor decir que era un viejo amigo al que estaba ayudando.
— ¡Durante 15 años! ¡Venga hombre Don Ernesto! ¡Eso no se lo cree nadie!
—Lo pueden creer o no, da igual, el piso está a mi nombre. Están haciendo la autopsia del cadáver. Tú no tendrás nada que ver con eso ¿Verdad?
— ¿Por quién me has tomado? Ya te dije que la escalera olía mal. Que se me estaban quejando los vecinos, entonces se me encendió una luz en esta cabecita que tengo. Cogí la copia de las llaves de Don Adolfo que tenía en la portería, y entre a la casa. Don Adolfo estaba allí tirado, en medio del salón, el cuerpo estaba lleno de moscas. Cogí el contrato. Pero…..
—¡Pero que!
—Qué poté. Allí no había aire, solo un fuerte tufo a carroña. ¡No me mires así! ¡Lo limpie! Si no te hubiera chivado que estaba muerto, no podrías haber…
— ¿Seguro que ningún vecino del edificio lo sabía?
— ¡Que va hombre! Si el viejo se metía en el ascensor y subía el bastón hasta la botonera para que no entrara nadie con él, y ni siquiera disimulaba, te lo hacía saber, vaya si te lo hacía saber, te miraba fijamente y cuando la puerta se cerraba en tus narices ponía cara de satisfacción.
Silencio.
— ¡No le des más vueltas! El viejo era un gruñón solitario de 80 años, soltero y sin parientes vivos. En el escenario del crimen no había signos de violencia. Muerte natural ¡y a tomar por saco! Nadie se puede imaginar que le habías vendido el piso años atrás y que él no quiso escriturarlo ante notario. Desaparecido el contrato privado se acaba la historia.
—Bueno. Dejémoslo aquí. El piso está vendido y tú ya tienes tu parte. Ahora se precavido, no te gastes nada por el momento.
El inspector Camarra sale del vehículo, Da unos toques de nudillo en la ventanilla. Los dos le miran. Camarra saca la placa.