No sé cuánto tiempo llevo mirando el papel pintado de las paredes, sentado en esta cama a la que le han fallado ya algunos muelles. El hotel es barato pero tiene un minibar lleno de esas botellitas de alcohol que parecen souvenirs para turistas. Tienen el tamaño justo que tan bien funciona como ansiolítico rápido para esas señoras mayores que las llevan en bolso y que juran en misa que nunca beben solas si no es por culpa de otros (generalmente un marido ausente o un hijo decepcionante).
Agarro una de Gordons y una lata de tónica. No suelo beber a estas horas y sé que esta copa cuesta 10 veces más de lo que vale pero no todos los días se puede celebrar algo así y el sabor amargo y ácido de la ginebra y la tónica parecen combinar bien con este momento.
En el suelo está él. Ahora es solo un cuerpo más, tendido en el suelo, como muchos otros que he visto después de tantos años. Pero durante los últimos meses, él ha sido la razón por la que no dormía por las noches, alargaba las horas en el trabajo y por la que dejé de buscar el contacto con otros seres humanos. Porque quién puede dormir cuando al cerrar los ojos le llegan todas aquellas imágenes. Y quién puede querer sentir el calor de otro cuerpo cuando sabes que este mundo está lleno de monstruos como este.
La sangre ya dejó de salir del agujero de bala que le ha deformado el cráneo. Estamos a finales de junio y hace calor aquí dentro. Lo que era de un rojo vivo ahora es de un tono oscuro que tiñe la moqueta, ya sucia mucho antes de que el desgraciado la cubriera con sus sesos.
La puerta del baño está abierta. No necesito entrar para saber que dentro está ella, aún con el uniforme del colegio, dentro de la bañera, inmóvil, fría. Tiene los ojos cerrados. Dicen que no hay nada más bonito que un niño que sueña, pero ella no está dormida. Me gustaría creer que fue rápido, que no se dio cuenta de nada, que nunca llegó a entender que su corta vida llegaba a su final pero sabía que no fue así y ese pensamiento no es fácil de tragar ni con una copa bien cargada.
Golpean la puerta con fuerza. El volumen de la televisión está tan alto, aunque es obvio que no tanto como para tapar el sonido del disparo. Me llegan distorsionadas las voces desde el pasillo pero llego a distinguir con claridad una palabra: POLICÍA. Me doy cuenta de que debería sacar mi placa y guardar el arma antes de que algún novato haga una tontería.
El pestillo está echado desde dentro así que aún tardarán un poco en entrar. Quizá pueda incluso acabarme la copa. Al menos este es un caso que caso se cerrará rápido.
En el suelo está él. Y ahora recuerdo cómo suplicaba que no le matara.