UN CASO SOBRENATURAL
Guillermo Coll Ferrari | Laura Kano

Sin duda, el caso de Antonio Cabanillas es el más curioso de mi carrera como inspectora. Yo no creo en lo sobrenatural, pero hay mucha gente que sí lo hace. Esta historia les gustará. Cuando su esposa, Susana Alonso, apareció en la comisaría de Sevilla, a las cinco de la mañana para entregarse confesando haberle asesinado en Madrid, lo primero que hicieron fue llamarme para que fuera a echar un vistazo. Yo era la inspectora de guardia esa noche y acababa de salir a comprarme un café en un 24h. Me planté allí, en un lujoso edificio de la calle Pinar, y llamé al telefonillo. Como nadie me abrió, llamé al portero a quien desperté, y me abrió de mala gana. Arriba volví a llamar al timbre pero nadie contestó. El inspector sevillano me había dicho que la señora Alonso había autorizado a que se echara la puerta abajo y, ni corta ni perezosa, eso fue lo que hice: saqué mi pistola reglamentaria, le pegué tres tiros a la cerradura y entré en un amplio hall. Busqué por la casa, llamando, y nadie contestó. Unos minutos después encontré el cadáver. Tal y como la señora Alonso había dicho, le habían abierto la cabeza con un palo de golf mientras dormía. El portero apareció en la estancia segundos después y lanzó un alarido de pavor. El siguiente paso era llamar a la doctora Cruz, la forense, y al juez de instrucción. Hasta ahí todo iba bien. La señora Alonso estaba detenida en Sevilla y el señor Cabanillas tenía los sesos fuera del cráneo en Madrid. El problema vino con la doctora Cruz: este tipo no lleva muerto ni media hora. ¿Pudieron haberle golpeado antes y que hubiera fallecido horas después? Pregunté. Imposible, dijo ella. La muerte fue instantánea.
La señora Alonso dijo en el juicio que el señor Cabanillas la humillaba y la pegaba constantemente, y que había sido su alma, durante el sueño, la que había viajado de Sevilla a Madrid y había reventado la cabeza de aquel cabrón. No había otras huellas dactilares en la casa que no fueran, o bien del señor Cabanillas, o de la señora Alonso, o de Jessica, la criada dominicana que se encontraba en su país de vacaciones. El caso era que todo había ocurrido como la señora Alonso decía que lo había hecho, pero era físicamente imposible, que la señora Alonso hubiera asesinado a su marido porque, lo más rápido que puede irse de Madrid a Sevilla es en un AVE que tarda más de dos horas y que, de ninguna manera, viaja a esas horas de la noche. Había sido su alma – dijo la señora Alonso. Pero el juez no puede condenar los actos del alma, así que la declaró inocente y la dejó libre sin cargos.
Esa misma noche, Susana vino a mi casa a darme las gracias.
– Sabía que me salvarías, alma mía.
Y nos fundimos en un beso.
Seguro que nunca olvidaré el caso Cabanillas.