Si te digo que soy detective privado, me vas a imaginar con sombrero y chulería de medio lao en lugar de lo que hay: la boina calada y las palabras medidas y contadas. Olvídate del estereotipo del sabueso intrépido que acaba entregando al malo confuso y confeso en la comisaría más cercana para admiración del policía de turno que sueña con ser como él. O ella.
Yo, ni chulo ni arrojao – me gusta llegar a casa con la mandíbula en su sitio.
Tampoco hay que romantizar los casos. El pan de cada día es insulso de carajo. Nada de misterios intrincaos que sólo una mente privilegiada es capaz de resolver. La mayoría se pueden cerrar con dos neuronas y te sobran cuarto y mitad. Más cuestión de patas que de sesos. Y, sobre todo, de aguante al tedio.
Los peores son los fronterizos. Y no me refiero al contrabando, no, ni a los alijos de drogas, ni a las pateras, que esos les corresponden a las instituciones del reino. Me refiero a los bordes desdibujaos de la gusanera esa que llaman moral. Casos legalísimos, sí, pero que dejan un resabio a leche rancia que no se quita ni con gárgaras de ginebra. Y ya te digo yo por experiencia que esas son buenas para enjuagar el alma.
Todos tenemos al menos uno. El mío fue una desaparición. La de un vástago de familia pudiente. De hecho, tan pudiente que “pudía” pagarme el doble de mis honorarios y una recompensa bastante sustanciosa por pronta entrega. De entrada, uno sospecha que ha habido un secuestro o, si uno tiene tendencias mejor-pensantes, un accidente con amnesia retrógrada. Pero no hacía falta tener un olfato muy fino ni pasar mucho tiempo con los miembros del círculo doméstico para percibir un cierto tufillo a sordidez en el ambiente. Desaparecido, mis pelotas: escapao como está mandao y escondido de un padre que exudaba tiranía y sadismo por entre efluvios de agua de colonia cara. Y ahí estaba mi dilema: seguir el rastro olfativo con mengua financiera segura, o taparse la nariz y tirar p’alante con bonificación probable. Tú, como los jueces, imparcial y aséptico, te dices. Otras cosas te las callas porque ¿pa’ qué aturullarse con disquisiciones? Tú estás ahí pa’ hacer un trabajo, no pa’ cultivar virtudes.
Tardé en localizar al chaval lo que un pichón en echar un meo. Pero vamos a ver, ¿qué recursos va a tener un mocoso de 18 años pa’ esquivar a un perro viejo como yo? Así que entregué pronto. De hecho, justo a tiempo para que el chico no llegara ni a cumplir los 19. Caber, cabe la posibilidad de que él mismo no viera otra opción que un billete de ida sin vuelta posible. Los resultaos de la investigación preliminar fueron inconclusos. Pero, lo miraras como lo miraras, el padre muy inocente no era. Así que yo me encargué discretamente de que no cumpliera los 61.
Y he vuelto a dormir.