En la primera jornada nocturna de un caluroso mes de julio, la comisaría de Buenavista es lo más parecido a un desierto si no fuera por la horrible y parpadeante luz del fluorescente.
Cubrir las vacaciones de los oficiales es el cometido inefable de los subinspectores en prácticas, entre ellos, Mateo Céspedes, el pobre novato al que le queda pequeño el sueldo y grande el uniforme.
Una llamada rompe el silencio y obliga a los policías a despegar la mirada de sus móviles. Mateo responde, sediento de acción. Un suicidio. Un vecino ha escuchado gritos y seguidamente un golpe seco, abrupto, mortal.
Mateo contiene sus ansias mezcladas entre la necesidad de cubrir un suceso y la crudeza del asunto en cuestión. El inspector Gutiérrez, más asqueado por sus años de servicio que por el catastrófico suceso, le llama al orden y le arranca las llaves de las manos conduciendo con la tranquilidad de un paseo en una noche de verano. En cuanto el vehículo se detiene, Mateo salta de su asiento bloc en mano y el sudor resbalándole por la nuca. Se presenta en el lugar de los hechos. Hombre, mediana edad, viste un pantalón corto, sin camiseta; anota estrenando su bloc y su experiencia. Por las lesiones que presenta y la desfiguración total de su rostro, debió lanzarse de un piso bastante alto, apenas queda nada en su sitio. Estrena sus primeras arcadas también.
Interroga a los vecinos para investigar las posibles causas. Recopila todos los datos posibles mientras sube las escaleras de dos en dos. La víctima residía en un piso de la sexta planta, donde se mudó con su hija cuando su mujer falleció. Al parecer, el caso no tiene demasiados entresijos. Un hombre desesperado por no poder sacar su vida adelante. Aunque sí lo suficientemente valiente como para dar el último salto y dejar a su pequeña sola. Algo le chirría.
Con el resuello ahogado y la energía de la juventud, llama a la puerta.
— ¿Sara? Sara, bonita ¿estás ahí? –Pregunta con toda la dulzura que su aliento le permite– Ábreme, quiero ayudarte.
Silencio al otro lado y el sonido de unos pasitos acercándose.
— Sara por favor, necesito que abras. No voy a hacerte daño, confía en mí.
Un sollozo por respuesta y un ligero movimiento que demuestra aceptación, abre la puerta lentamente dejando ver a una chiquilla llorosa y despeinada.
Mateo entra y se encuentra un piso limpio, bien ordenado, salvo algunos objetos desperdigados por el salón, producto de los últimos acontecimientos. Se agacha a la altura de Sara e intenta consolarla, pero observa cómo sus ojos cambian de expresión y dibuja una sonrisa malvada que transforma su semblante en un ser demoníaco. Se levanta sin entender la reacción de la pequeña. Se aleja de ella procurando calmarla e intentando contactar con Gutiérrez. No contesta. Cuando siente un fuerte embiste por la espalda que le precipita al vacío.
La gravedad tira de él hasta toparse con la realidad. Un sueño tan cumplido como fugaz.