UN HUEVO NOBLE
Ángel Marín Tejero | literatonovato

Poco Pollo estaba harto de picotear en aquella parcela de libertad vigilada, siempre con las mismas compañías. No hacía más que preguntarse sobre sus orígenes y no se resignaba a ser uno más de la pollada. Él se sentía distinto, intuía que su abolengo había de ser de la alta nobleza.
Un día decidió irse a la ciudad a investigar en el Registro Polluno su árbol genealógico. Sabía que era de la quinta de julio o agosto de ese año, pues cuando los abrieron el cajón hacía calor, y sabía que vivía en Piofarm, según rezaba en el cartel de la fachada del edificio principal. Con eso debía bastar para saber de sus gallináceos ancestros.
Salió por un roto del cercado y se puso en una sombra para protegerse del sol mientras esperaba al autobús que le llevaría a la ciudad administrativa. Al rato pasó una ruidosa caravana de esas que se usan para viajar en familia con todos los trastos a cuestas, incluso llevaban una bicicleta atada a la parte de atrás. Pasados unos metros de la parada dio un frenazo y reculó hasta ponerse a la altura de Poco Pollo. Se abrió una puerta y de ella salió una escalera que invitaba a subir, máxime cuando sobre ella goteaban granos de maíz.
En el interior del habitáculo había una mujer que estaba tachando una lista con un lápiz: cebolla, ajo, almendras, huevo, azafrán, harina, vino, sal, pimienta, aceite y pollo. «Ya lo tenemos todo» dijo. Se cerró la puerta y la caravana arrancó bruscamente.
Aquello a Poco Pollo le dio muy mala espina, se puso nervioso y agobiado por tan poco espacio comenzó a dar saltos como tratando de volar. La mujer y los dos niños que allí estaban trataban de atraparlo. En uno de sus saltos acabó subido en el volante y desde allí, sin mala intención, saltó sobre la cara del conductor que estaba animando la marcha.
El susto y el volantazo fueron tremendos. El árbol que los paró también lo era.
El radiador chorreaba agua. Los ocupantes traseros acabaron en la cabina delantera. Los airbag se mostraban en todo su esplendor y el minucioso orden del interior del vehículo se trocó en cacharrería.
Poco Pollo salió a la carrera por un roto de la luna delantera y se adentró en el arbolado de un pequeño bosque cercano. No se le volvió a ver.
Desde entonces a aquella zona la llaman «El bosque del pollo asesino», del que no se sabe si era de sangre noble o plebeya.
Unos dicen que se oye cacarear al atardecer, otros que un gallo canta al amanecer, y todos se estremecen cuando lo oyen o creen oírlo.