Sam, era el mayor de una familia desestructurada, de padre alcohólico y a diario refugiado en un vaso de vino o lata de cerveza y de madre frágil que, sutilmente simpre buscaba un sendero de luz que nunca encontraba, introvertido y solitario nunca le gustó hacer vida familiar y mucho menos social. En una habitación de la casa, en un pueblo pequeño del Perú dormía con sus cuatro hermanos sin casi espacio ni ventilación, mientras sus hermanos jugaban Sam miraba por la ventana sin ser posible averiguar que se le podría pasar por la cabeza, quizá palabras desafinadas que ni él mismo podría entender, de vez en cuando leía unas líneas de un libro situado encima de su mesilla de noche titulado “crímenes perfectos”. Sam sólo mantenía alguna conversación con Lucio, un chico del pueblo de su misma edad y con el que se compinchaba para cometer algún que otro delito. Pasados unos días Lucio no se volvió a ver por el pueblo y no había vuelto a dormir a casa, por lo que, su familia alertada dio aviso a la policía para que iniciaran la pertinente investigación. El inspector de policía Claudio comenzó a hacer preguntas a los habitantes del pueblo; vecinos, tenderos, tabernero, maestros pero ninguno pudo ayudar a esclarecer la desaparición, pasaban los días y el equipo policial seguía haciendo su trabajo rastreando los alrededores del pueblo sin obtener respuesta alguna.
Sam ya tenía veinte años y hacía uno que el psiquiatra del Hospital Merino le había diagnosticado una esquizofrenia afectiva que lo hacía, si cabe, más solitario e introvertido. Pasaba los días pidiendo por las calles o cometiendo pequeños hurtos en las tiendas del pueblo por lo que recibía según su padre “el castigo” que se merecía. Con el tiempo, Sam se hizo conocido entre los vecinos de la zona por ser un chico raro, peligroso y con ideas más bien psicópatas produciendo miedo entre los habitantes. Como era de esperar, el inspector tomó declaración a Sam y a su familia pero todos negaron haber visto a Lucio en los últimos días.
Hacía ya un mes que Sam no aparecía por su casa, construyéndose con paja, hojas y troncos un pequeño refugio en el bosque situado a las afueras del pueblo, lugar que conocía bien ya que lo frecuentaba desde hacía años. Cada día en el mismo lugar se sentaba a fumar y a beber y de vez en cuando saludaba a algún transeúnte o vagabundo que pasaba por allí.
Finalmente el equipo policial se adentró en el bosque y en el interior de la cabaña de Sam encontraron innumerables botes de cristal colocados encima de un tronco de madera que contenían partes de cuerpos humanos, como dedos, corazón, pies, ojos, tripas, intestinos, hígado…..bañados en sangre.