UN INTRUSO EN LA NOCHE
SERAFÍN PIÑEIRO PAREDES | VINCENT VOLOY

‘- ¡Ricardo!, ¡Ricardo, despierta, alguien ha entrado en casa!
La voz temblorosa de mi mujer me despertó de súbito. La veía de pie, de espaldas a mí, observando el largo pasillo a través de la puerta entreabierta de nuestra habitación. No era capaz de contemplar su rostro. El reloj de la mesilla de noche marcaba las tres de la madrugada, y todo permanecía en penumbra.
– Lo escucho, ¡está en el salón! – volvió a decir, casi en un susurro.
Me levanté de la cama y avancé hacia ella, con cierto nerviosismo al no entender lo que sucedía; pero no escuchaba nada, tan solo el viento del exterior en aquella noche invernal. Antes de poder si quiera alcanzarla, abrió la puerta del todo y salió decidida al pasillo, sin parar de repetir:
– ¡Está aquí!, ¿no lo escuchas?
A decir verdad, no oía nada extraño. Los nervios habían comenzado a remitir conforme avanzaba tras mi mujer, pues de alguna manera la seguía como el que sigue al loco en su delirio; pero ella era así, de mentalidad frágil, propensa al desvarío y a todo lo infundado. La veía caminar con pasos renqueantes, recorriendo el pasillo oscuro dirección a las escaleras que daban al piso inferior. Observaba su cabello ondear a cada zancada, con aquel camisón blanco que le llegaba hasta las rodillas. Contemplé absorto su figura desdibujada bajo el atuendo, y reprimí unas extrañas ganas de abordarla y hacerle el amor allí mismo. ¡¿Qué haces, Ricardo?!, ¡céntrate!, me dije en una especie de soflama, volviendo en mí.
Alcanzado el final del pasillo, comenzó a descender despacio las escaleras, colocando un pie por cada peldaño, intentando no llamar la atención del supuesto intruso.
Pero de repente, una vez llegó al último escalón, se detuvo en seco. Yo, al ver aquella reacción, la imité sorprendido, desconociendo lo que ocurría. La llamé en un susurro inaudible, pero no me contestó. Volví a llamarla, ahora con más énfasis, y tampoco obtuve respuesta.
Entonces observé mis manos, manchadas de sangre; y pasados unos segundos que a mí se me hicieron eternos, mi mujer formuló una pregunta que me heló el alma:
– ¿Por qué lo has hecho, Ricardo?

La policía llegó a la vivienda a las tres y media de la madrugada de aquella noche, alertados por los gritos procedentes de la casa del conocido escritor Ricardo Caramago. Cuando accedieron a la vivienda, encontraron a Ricardo a los pies de la escalera; estaba quieto, con la mirada perdida, y sus manos manchadas de rojo escarlata. Una vez detenido, accedieron al piso superior, donde hallaron el cadáver de una mujer, con el rostro desfigurado a golpes y descansando en la cama como presa de un sueño perpetuo. Una rápida investigación dio a conocer que Ricardo tenía una orden de alejamiento cursada tiempo atrás. La noche de los hechos, accedió a la vivienda como intruso en la noche; y encontrando a su mujer en la cama, la violó y le dio muerte a la tres de la madrugada.