Siendo una niña, me gustaba ir a jugar a las obras y entrar en las casas abandonadas, así como pasar alguna que otra tarde en el cementerio.
Iba siempre con alguna amiga y algún chico que parece eran más atrevidos, pero eso solo era fama, en realidad, también les daba mucho miedo, pero se lo aguantaban mejor. Era una sensación extraña, como estar en terreno de nadie.
El cementerio era un lugar lúgubre, pero no me producía ningún miedo, todo lo contrario, me invadía una paz extrema. Es como si la gente allí enterrada se resistiera al olvido, por otra parte inevitable.
Nos gustaba ir leyendo los nombres y ver la fecha de los fallecimientos para ver si eran jóvenes o viejos.
Cerca, había una casa abandonada, pienso que en otro tiempo sería la casa, de las personas que cuidaban de ese lugar. Tenía las ventanas cerradas con ladrillos y ni siquiera tenía puertas.
Nos gustaba entrar y sentarnos allí, aunque siempre veía la cara de miedo que tenían.
Hoy al pasar de los años, tengo que comprender que tampoco era un juego muy divertido ir al cementerio, siendo críos de no más de diez años, a pasar la tarde.
Un día llegamos por allí y después de dar una vuelta, leyendo las inscripciones de las tumbas, vimos que había un montón de policías y que la zona estaba acordonada. Enseguida nos echaron de allí con la excusa de que unos niños tan pequeños no pintaban nada en ese lugar.
Les explicamos que a veces nos gustaba sentarnos allí y contar e imaginar historias.
Nos enteramos, que buscaban a alguien que había desaparecido y la última vez que lo había visto, había sido por las inmediaciones del cementerio.
Pasó tiempo hasta que volvimos por allí, no sin cierto recelo, pero no sabíamos cómo averiguar qué es lo que había pasado.
Llegamos y al entrar en la casa, encontramos a un hombre, nos asustamos, estaba muy desaliñado, pero tenía una mirada humilde, triste. Esa característica, aunque seas un niño, la percibes.
Nos sentamos con él y empezó a contarnos, cuentos, que con el pasar de los años, he creído que eran historias reales, de una persona que por alguna circunstancia, había perdido a su familia y todo lo que tenía y ahora ese lugar era el único que había encontrado para refugiarse.
Nuestros actos tienen consecuencias, pero no siempre es todo lo que parece.
Este hombre parecía peligroso por su aspecto, pero nunca he olvidado su gran humanidad.
BILLIE JEAN