Comienzo a escribir estas líneas sentado en un sillón del jardín contemplando el madroño que tantos recuerdos me trae. Vivo en una casa colgada de un acantilado en la costa amalfitana. La silueta del madroño se recorta sobre el horizonte. La línea del jardín se funde con el mar. Debería ser una vista que me infundiera paz pero, a veces, me provoca ataques de melancolía.
Aparento una edad indefinida aunque paso de los sesenta. Llevo tiempo navegando en solitario y eso me mantiene en forma. Cuido bastante mi aspecto, debo infundir confianza en los clientes.
Desde que Raúl no está a mi lado, no he vuelto a navegar acompañado. Pienso que sería una especie de traición hacia él. Sigo realizando las mismas travesías periódicas por el Mediterráneo que hacíamos cuando estábamos juntos.
La vida sin Raúl es mucho más oscura. He perdido parte de la pasión que siempre ponía en todo lo que hacía y eso es malo. Sandor Marai decía que “envejecemos cuando dejamos de sentir pasión por las cosas que hacemos”.
A veces pienso en retirarme y dedicar mi tiempo a recorrer el mundo en el velero, leer y, tal vez, escribir mis memorias aunque sé que si las publico, tendría que pasar el resto de mi vida vigilando mi espalda. Bueno, a eso estoy acostumbrado.
Los dos compartíamos un negocio, una especie de consultoría en la que ayudábamos a la gente a resolver problemas.
Éramos socios en el negocio y algo más que socios fuera de él. Pasamos tiempos muy duros. Tuvimos que ganarnos el respeto de clientes y proveedores en una época de intransigencia. Tuvimos que hacer callar muchas bocas y no fue fácil. Pasado un tiempo, todo el mundo nos respetó.
¡Cuánto echo de menos a Raúl!
Con un whisky en la mano, miro como el mar abrazaba al madroño.
Mirándolo, recuerdo todo lo que vivimos y compartimos juntos. Risas, emociones, placeres, viajes, puertos escondidos, hombres con futuro, mujeres con pasado, malvados, criaturas angelicales, seres despiadados, soñadores utópicos, artistas desencantados, políticos sin escrúpulos, inocentes bienintencionados…
Soy consciente de que la vida sigue y que debo pasar página, recuperar mi vida. Volver a reír, a vivir. “Cuando una persiana se cierra, hay ventanas que se abren”, esa fue la dedicatoria del cuadro que Jesús y Charo me regalaron cuando Raúl desapareció de mi vida. Lo tengo colgado en mi habitación para no olvidar el consejo.
El madroño siempre me recuerda a Raúl. Sé que tengo que olvidarlo para retomar mi vida. No hay otra manera. No puedo demorarlo más.
Está noche, desenterraré a Raúl de debajo del madroño y me desharé del cadáver. Fue una buena idea comprar un tanatorio. ¡Qué útil nos ha resultado en el trabajo!
Quise mucho a Raúl.
– No es bueno mezclar amor y negocios. Nunca debiste olvidar que un trato es un trato y las condiciones de un trato, nunca se cambian – le dije mientras le metía tres balas en el corazón.
Te echaré de menos, compañero. Ahora tengo que ir a por la pala.