Un nuevo día.
Daniela Del Olmo | aenathur

Sentía el humo grisáceo del cigarro mientras caminaba vivazmente hacia la orilla del río al que había sido convocado. La pesada niebla que marcaba el final del invierno acompañaba sus desesperadas caladas. Se preguntaba que sería tan importante para que le llamaran a las siete de la mañana un sábado, en día libre.
A su espalda escuchó unos rápidos pasos que ya se conocía de memoria.
̶ Buenos días, Foreman ̶ soltó frío, con su característica voz áspera y paró el paso para que su compañero pudiera alcanzarle.
̶ Inspector Gamble ̶ respondió este, jadeando.
Sin aguardar más, avanzó hasta su conocida cinta amarillo chillón que rodeaba la escena del crimen. La traspasó enseñando al mismo tiempo su placa y sin pronunciar palabra, a medida que se acercaba a la orilla del río Támesis, notaba como el ambiente se ensombrecía. Miró de reojo a los agentes y dando por acabado el cigarro, lo tiró al suelo y dando un pisotón.
̶ No debería fumar en la escena de un crimen ̶ anotó Foreman echando una asqueada mirada a las cenizas del suelo.
̶ Y usted debería meterse en sus asuntos ̶ sentenció con severidad hasta ver a los forenses, examinando el cuerpo, aún escondido a su visión. Retomó el paso.
̶ Inspector Gamble, ¿Qué ha ocurrido aquí? ̶ pero sus palabras se le ahogaron en la punta de la lengua al ver la grotesca escena que ahora se le presentaba sin tapujos.
Los forenses intentaban-en vano-tomar muestras del cadáver, si es que se le podía llamar así. Era como si le hubiesen dado la vuelta a sus entrañas. A la pobre mujer le habían arrancado la piel del cuerpo y sus tripas campaban libres por el suelo, y eso era prácticamente todo lo que se apreciaba. No había rastro de sus manos; pies; globos oculares, dientes ni pelo. La sangre brillaba por su ausencia, dejando marcar toda la carne, expuesta. Foreman se giró intentando contener las arcadas, que amenazaban con sacar al descubierto su desayuno.
Unos cuervos sobrevolaban la zona en círculos como un oscuro recuerdo sobre la crueldad de la naturaleza. En cierto modo, hacía pensar que era una presa y no una persona, que alguna vez andó por las calles de Londres.
Un hombre con el pelo engominado hacia atrás y los ojos verdes se acercó pálido, como conteniendo el aliento.
̶ Supongo que es usted el inspector jefe ̶ extendió la mano, pero el saludo no le fue devuelto. Este la retornó al bolsillo antes de comenzar con su “sarta de tecnicismos soporíferos e innecesarios”, o al menos, así lo llamaba Gamble en su sinfín de investigaciones ̶ pensamos que es una mujer entre los veinte y los cuarenta, pero no hay mucho más. Lleva unas horas aquí; en cuanto a la identificación, haremos lo que podamos, pero no somos optimistas.
̶ No descubriréis quién es ̶ cortó Gamble, con un brillo fúnebre en los ojos ̶ vámonos, tendremos que reabrir el caso Menhit.