UN PASO POR DELANTE
DANIEL MALDONADO CID | DANY TORCÓN

Tenía los brazos abiertos en cruz, las piernas y el torso parecían estar atravesados en la maraña de ramas chamuscadas. Las manos terminaban en muñones rojiblancos, la cabeza era carne lacerada como las aletas de un pez cocinado, parte de lo que hubiese sido una larga melena yacía con algunos mechones suspendidos sobre lo que quedaba de los hombros; los ojos no estaban, los pies permanecían pegados, sucios y ensangrentados, y una masa informe de carne abrasada colgaba por detrás de la espalda.
—Comisario —dijo el subinspector, moviendo la cabeza de un lado a otro a la vez que caminaba— ¡Señor!
El comisario daba la impresión de no haberle oído. Miraba hacia la cabaña, casi devorada por enormes columnas de fuego.
—¡Comisario! —dijo de nuevo el subinspector—, ¡oiga, comisario!
El comisario siguió observando las llamas mientras se agachaba para recoger algo, e ignoró la presencia del agente.
—Pronto estarán aquí los de científica —dijo el subinspector, trotando en su dirección—. Vaya espectáculo, comisario.
—Un asunto terrible, Rodríguez —contestó al fin el comisario—, un asunto de lo más espantoso.
—No lo entiendo, señor —dijo el subinspector— ¿Cómo ha podido suceder? Esta vez lo teníamos. ¿Qué explicación puede haber? Supongo que……
—Bueno, ya es tarde; ¿avisaste a esos malditos bomberos? Espero que vengan cagando leches, no quiero que todo desaparezca reducido a cenizas.
—Claro, comisario, ya lo hice. ¿Cree que se trata de la señora Laura Rivero?
—¿Tú qué crees? Ese malnacido siempre va un paso por delante.
—¿Y la muchacha?
—Maldita sea, Rodríguez, bastante jodido está el asunto. No perdamos el tiempo. Llama a la central, que activen el protocolo y el perímetro. Ese animal no puede andar muy lejos. Esta ha sido la última. ¡Me oyes! Hay que rescatar a esa pobre niña.
El subinspector asintió con la cabeza. Se preguntaba cómo diablos podía haber escapado tan rápido el asesino. Aplastó unas ramas secas. No podía soportar el asfixiante hedor a carne y pelo calcinados que desprendía el cadáver.
—Debemos encontrar alguna pista.
—De acuerdo, comisario, voy a echar un vistazo por allí.
El subinspector se dirigió hacia un pequeño cobertizo que aún no ardía. Se cubrió la boca con el cuello de la camisa. A través del humo, podía ver al comisario inspeccionando un montículo de chatarra.
—Aquí no hay nada —se dijo el subinspector—. ¡Comisario! Ya vienen.
El comisario se giró. Las luces destellaban al final del camino. Una vez más, miró la escena dantesca. Se aproximó a la valla de entrada donde había aparcado su coche.
—Les siguen los bomberos.
—Ya veo.
El equipo no tardó en instalarse.
—Menuda tenemos aquí, comisario —dijo uno de los agentes.
—Ya saben, apresuren el trabajo. El subinspector les dará todos los detalles. Quiero que me llamen cuanto antes con el informe forense.
El comisario recogió una bolsa y se fue levantando una mano de despedida. Cuando llegó al coche, abrió el maletero y arrojó la bolsa, no sin antes ver unos ojos mirándole, llorosos y amordazados.