UN SOMBRERO EN UN ESCAPARATE
Daniel Palazón Carbonell | Dani Palazón

Siempre anhelé ser un sombrero en un escaparate de una calle concurrida de Milwaukee. Una de esas tiendas prácticamente inexistentes. Un sombrero dentro de esos escaparates llenos de polvo que conviven con el tiempo. Un sombrero en una ciudad fría. Un sombrero destinado a vivir contemplando el mundo a través del cristal, mirando a la gente pasar, con sus abrigos y sus prisas mientras se queda parado en su escaparate sin hacer nada, con un cartel apoyado en el lomo en el que se leyese 45,75 dólares. Demasiado dinero por un sombrero que no vas a usar en un ciudad como Milwaukee. Eso habría sido vida, sin preocupaciones, sin obligaciones, sin presiones.

Sin embargo, aquí estoy, tirado en el suelo de un callejón oscuro con una bala en el estómago y, por supuesto, sin sombrero.

Mi compañero ya ha dado la alarma a la central, se está cubriendo con el coche patrulla, me ha arrastrado con él, no me suelta y yo sólo puedo pensar en ese escaparate y en ese sombrero. Ya ni me acuerdo de por qué vinimos a este callejón en nuestra ronda de esta noche.

Oigo que llegan refuerzos que responden al fuego cruzado pero no puedo mirar, no puedo girar la cabeza. Me concentro en la escalera de incendios que tengo encima y en las luces de las ventanas que empiezan a encenderse a medida que el ruido de los coches y de los disparos despiertan a los vecinos, nadie se asoma.

Hace frío.

Se oyen sirenas, más refuerzos, una ambulancia creo, ¿tarde?, no lo sé.