Golpetazo de las puertas delanteras. Habían llegado a su destino. El sol abandonaba su escondite entre las nubes para enterrarse bajo el horizonte. Fuera del coche, el viento azotaba con ese frío que se mete por los tobillos de los vivos, para darles una muestra de cómo es la muerte.
Los dos elementos se hacían llamar Enzo y Olmo. Sin prisas, o hacemos bien el trabajo o el jefe nos cuelga por los pulgares, anunció el primero. El jefe tiene mal pronto, pero será una exageración, ¿verdad? Tú cava y ya está. Y los dos cavaron.
Olmo no llevaba ni un mes trabajando allí. Al pobre diablo le encargaban de vez en cuando transportar paquetes de un sitio a otro, pero a lo que más se dedicaba era a vigilar sitios. A veces sentado, casi siempre de pie. Enzo era perro viejo y, cuando protestaba, le saltaba siempre con la misma monserga: te queda mucho por aprender.
Menudo frío se está levantando, ¿verdad? Al pobre Olmo le ponía nervioso el silencio y una fuerza primitiva le empujaba a romperlo, aun con cualquier pavada. Los hilillos de sudor le resbalaban entre los dedos hasta empapar el mango de madera de la pala, llena de polvo. Enzo no respondió.
Durante los siguientes minutos, casi parece que aprendieron a comunicarse a través de los bufidos provocados por el cansancio. Olmo no pudo menos: ¿es ya lo bastante hondo? Pues no te sabría decir, muchacho. No se ve una mierda. En efecto, la noche ya les había caído encima.
Dicen que más vale prevenir que curar, y continuaron cavando. Cabían ellos dos de pie. Pudieron salir del hoyo con relativa facilidad aprovechando que el terreno estaba en pendiente. La puerta del maletero se elevó para descubrir el pesado bulto, envuelto en una alfombra que tal vez fuera de algún color. En la oscuridad, era una alfombra gris.
Arrojaron el bulto, pero todavía habían de taparlo. A Olmo se le ocurrió que podrían encender las luces del coche para ver mejor. La idea cruzó su mente y se marchó de inmediato, pero debió iluminar su rostro lo suficiente como para que Enzo se percatase.
¿Qué ibas a decir, muchacho?
Nada, nada, una estupidez. Iba a proponer encender las luces, pero algo me dice que tenemos que seguir a oscuras.
Bien, bien, lo vas pillando. ¿Ves? Este tipo. Dijo algo que no tenía que decir, y pum. Mira donde está.
¿Cómo? ¿Está muerto?
Pues claro que está muerto. ¿Qué te pensabas que era? Pero descuida, que este ya no vuelve a decir nada.
Justo en ese instante, desde el interior de la alfombra se escuchó un grito ahogado. Con algo más de luz, hubieran podido ver también como lo que parecía ser una persona intentaba liberarse. Enzo sujetó con fuerza la pala y le pegó al bulto. Una vez. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez.
Como te iba diciendo, este ya no vuelve a decir nada. Ay, muchacho, te queda mucho por aprender.