Este bar es una excusa, y dígame, quien no necesita alguna de vez en cuando para romper las nuevas reglas y abandonarse a los viejos placeres. Porque, créame, antes uno podía salir tranquilamente y tomarse una copa con los amigos, sin molestar a nadie, ya sabe, con una mano de cartas y un buen cigarro habano. Ahora prácticamente hay que esconderse para tomar un poco del jarabe que todo lo cura, y no hay rincón en la ciudad donde pueda uno bailar tranquilo, ni conocer a alguna chica que quiera bailar sin que anden buscándote las cosquillas los matones de Bonanno, los de Harlem o los Torino.
Así que la gente viene aquí, donde todo el mundo puede estar tranquilo. Este es solo mi territorio, en el bar de Joe, solo Joe pone las reglas. Y son sencillas, pagas lo que consumes y nada de problemas o sales por la puerta de atrás con la basura, así de sencillo.
Y sí, conocía a Estela, venía a menudo, sobre todo los fines de semana, pero no tengo ni idea de con quien estuvo la última vez. Fue el sábado por la noche, eso es seguro. Aquí todo el mundo quiere comprar, y todo el mundo tiene algo que vender. No sabría decir en qué categoría estaba ella. Hablaba con todos, a todos sonreía, y puede ser que alguna vez jugase a juegos peligrosos, en esta ciudad no los hay de otro tipo… Pues claro que bailaba con los chicos, ¿acaso no tenía derecho a divertirse?, pero no creo que tuviera novio. No era de las que se dejan engañar por un pimpollo con traje almidonado y zapatos recién encerados. En realidad, era de las que nunca dejan de sonreír, pero con los ojos, no sé si me entiende. Sabía que estaba harta de su trabajo de mierda, y alguna vez le propuse venirse conmigo a servir copas, tenía una mirada de las que no se olvidan, de las que ganan batallas o derrumban imperios, y sé que muchos tipos venían porque ella hacía su ronda por aquí los viernes, era un buen fichaje. Pero siempre me decía, mira Joe, para limpiar babas ya tengo la tintorería, aquí vengo a divertirme. Y supongo que eso hacía. Le digo que no recuerdo con quien se fue, aquella noche bailó y bebió con unos cuantos. Lo que sí que recuerdo es que tenía algo funesto en la mirada, como si de repente hubiese dejado de sonreír, algo que yo nunca había visto. Me pidió el teléfono e hizo una llamada justo desde aquí. Al terminar parecía satisfecha, como si la nube que había cruzado su gesto se hubiese disipado. Le serví otra copa y me sonrió de nuevo. Fue la última vez que la vi.
Este bar es una excusa, una universidad, un templo; es una sala de espera y un oasis, pero sobre todo es una trampa de la que nunca se escapa del todo.